La belleza de la virginal Diana, es cantada por muchos clásicos, y así es reflejada, dormida a veces, sorprendida en el sueño por un sátiro, lanceando o tirando flechas con el arco, cazando con los perros, etc. Pero el motivo principal, desde el renacimiento, es Diana en el baño sorprendida, consiste en tener todos los gestos en un solo cuadro, como una instantánea fotográfica, Acteón mira deslumbrado la virginal hermosura de Diana, de la cual queda asombrado, Diana sorprendida en el baño, está avergonzada y molesta por esta acción. Al rededor bullen gran parte de las acciones cantadas, y descritas de laS numerosas ninfas. Un gran reto compositivo, que produce una irresistible atracción, tanta como la del voyerista Acteón reflejado, si la escena está bien pintada.
Todo el verso de una u otra manera, está pintado y esculpido, y está así reflejado en la historia del arte, especialmente el momento de desnudarse de Diana sola, o ayudada.
Esta belleza es cantada por Virgilio de la siguiente manera:
Un valle había,
de píceas y agudo ciprés denso,
por nombre Gargafie, a la ceñida Diana consagrado,
del cual en su extremo receso hay una caverna boscosa,
por arte ninguna labrada: había imitado al arte
con el ingenio la naturaleza suyo, pues, con pómez viva
y leves tobas, un nativo arco había trazado.
Un manantial suena a diestra, por su tenue onda perlada,
y por una margen de grama estaba él en sus anchurosas aberturas ceñido.
Aquí la diosa de las espesuras, de la caza cansada, solía
sus virginales miembros regar con líquido rocío.
El cual después que alcanzó, de sus ninfas entregó a una,
la armera, su jabalina y su aljaba y sus arcos destensados.
Otra ofreció al depuesto manto sus brazos.
Las ligaduras de sus dos pies quitan; pues más docta que ellas
la isménide Crócale, esparcidos por el cuello sus cabellos,
los traba en un nudo, aunque ella los había soltado.
Recogen licor Néfele y Híale y Ránide,
y Psécade, y Fíale, y lo vierten en sus capaces urnas.
Y mientras allí se lava la Titania en su acostumbrada linfa,
he aquí que el nieto de Cadmo, diferida parte de sus labores,
por un bosque desconocido con no certeros pasos errante,
llega a esa floresta: así a él sus hados lo llevaban.
El cual, una vez entró, rorantes de sus manantiales, en esas cavernas,
como ellas estaban, desnudas sus pechos las ninfas se golpearon
al verle un hombre, y con súbitos aullidos todo
llenaron el bosque, y a su alrededor derramadas a Diana
con los cuerpos cubrieron suyos; aun así, más alta que ellas
la propia diosa es, y hasta el cuello sobresale a todas.
El color que, teñidas del contrario sol por el golpe,
el de las nubes ser suele, o de la purpúrea aurora,
tal fue en el rostro, vista sin vestido, de Diana.
La cual, aunque de las compañeras por la multitud rodeada suyas,
a un lado oblicuo aun así se estuvo y su cara atrás
dobló y, aunque quisiera prontas haber tenido sus saetas,
las que tuvo, así cogió aguas y el rostro viril
regó con ellas, y asperjando sus cabellos con vengadoras ondas,
añadió estas, del desastre futuro prenunciadoras, palabras:
«Ahora para ti, que me has visto dejado mi atuendo, que narres
-si pudieras narrar- lícito es». Y sin más amenazar,
da a su asperjada cabeza del vivaz ciervo los cuernos,
da espacio a su cuello y lo alto aguza de sus orejas,
y con pies sus manos, con largas patas muta
sus brazos, y vela de maculado vellón su cuerpo;
añadido también el pavor le fue. Huye de Autónoe el héroe,
y de sí, tan raudo, en la carrera se sorprende misma.
Pero cuando sus rasgos y sus cuernos vio en la onda:
«Triste de mí», a decir iba: voz ninguna le siguió.
Gimió hondo: su voz aquélla fue, y lágrimas por una cara
no suya fluyeron; su mente solamente prístina permaneció.
¿Qué haría? ¿Volvería, pues, a su casa y a sus reales techos,
o se escondería en los bosques? El temor esto, el pudor le impide aquello.
Mientras duda, lo vieron los canes, y el primero Melampo
e Icnóbates el sagaz con su ladrido señales dieron:
gnosio Icnóbates, de la espartana gente Melampo.
Después se lanzan los otros, más rápido que la arrebatadora brisa ,
Pánfago y Dorceo y Oríbaso, árcades todos,
y Nebrófono el vigoroso y el atroz, con Lélape, Terón,
y por sus pies Ptérelas, y por sus narices útil Agre,
e Hileo el feroz, recién golpeado por un jabalí,
y de un lobo concebida Nape, y de ganados perseguidora
Pémenis, y de sus dos nacidos escoltada Harpía,
y atados llevando sus ijares el sicionio Ladón,
y Dromas y Cánaque y Esticte y Tigre y Alce,
y de níveos Leucón, y de vellos Ásbolo negros,
y el muy vigoroso Lacón, y en la carrera fuerte Aelo,
y Too y veloz, con su chipriota hermano, Licisca,
y en su negra frente distinguido en su mitad con un blanco,
Hárpalo, y Melaneo, e hirsuta de cuerpo Lacne,
y de padre dicteo pero de madre lacónide nacidos
Labro y Agriodunte, y de aguda voz Hiláctor,
y cuantos referir largo es: esa multitud, con deseo de presa,
por acantilados y peñas y de acceso carentes rocas,
y por donde quiera que es difícil, o por donde no hay ruta alguna, le persiguen.
Él huye por los lugares que él había muchas veces perseguido,
ay, de los servidores suyos huye él. Gritar ansiaba:
«¡Acteón yo soy, al vuestro dueño conoced!».
Palabras a su ánimo faltan: resuena de ladridos el éter.
Las primeras heridas Melanquetes en su espalda hizo,
las próximas Teródamas, Oresítropo prendióse en su antebrazo:
más tarde había salido, pero por los atajos del monte
anticipada la ruta fue; a ellos, que a su dueño retenían,
la restante multitud se une y acumula en su cuerpo sus dientes.
Ya lugares para las heridas faltan; gime él, y un sonido,
aunque no de un hombre, cual no, aun así, emitir pueda
un ciervo, tiene, y de afligidas quejas llena los cerros conocidos,
y con las rodillas inclinadas, suplicante, semejante al que ruega,
alrededor lleva, tácito, como brazos, su rostro.
Mas sus compañeros la rabiosa columna con sus acostumbrados apremios,
ignorantes, instigan, y con los ojos a Acteón buscan,
y, como ausente, a porfía a Acteón llaman
-a su nombre la cabeza él vuelve- y de que no esté se quejan
y de que no coja, perezoso, el espectáculo de la ofrecida presa.
Querría no estar, ciertamente, pero está, y querría ver,
no también sentir, de los perros suyos los fieros hechos.
Por todos lados le rodean, y hundidos en su cuerpo los hocicos
despedazan a su dueño bajo la imagen de un falso ciervo,
y no, sino terminada por las muchas heridas su vida,
la ira se cuenta saciada, ceñida de aljaba, de Diana.
Lucas Cranach el viejo
Tiziano Vecellio di Gregorio 1556
Annibale Carracci
Paolo Caliari Veronés 1560/65
Giovanni Battista Naldini 1580-85
Bernaert de Ryckere 1582
Annibale Carracci
Jan Brueghel y Jacob de Backer 1595
Joseph Heintz the Elderd 1595
Giuseppe Cesari 1603
Hendrick van Balen 1605
Bartolomeo Schedoni
il domenichino 1616
Francesco Albani 1617
Cornelis Van Poelenburgh 1624
Francesco Albani 1625
Alessandro Turchi
Rembrant 1634
Pedro Pablo Rubens 1636
Carlo Maratta
Jacobo Van Loo
Nicholas Pickenoy 1640
Jacob Jordaens 1640
No es Diana, es Noé salvado de las aguas. Si nos fijamos detenidamente en la composición de la escena, un cuadro mitológico de partida, se puede fácilmente terminar y transformar en un cuadro bíblico que podría entrar en una capilla, o en la sacristía . El cliente es siempre el que manda.
Ferdinand Bol
Nicolaus Kanüpfer
Jacob Adriaensz Backer
Jacobo Van Loo
Lorenzo Pasinelli
Gerbrand van den Eeckhout
Carlo Antonio Grue
Sebastiano Ricci 1712
Jean-Antoine Watteau 1715
Jean-François de Troy 1722
En este caso es Venus y las ninfas, se puede confundir la "toilette de Venus" en compañía, porque normalmente en el motivo está sola
François Lagrénée
François Boucher 1742
Jean-François de Troy 1752
Angelica Kauffmann 1780
Martin Johann Schmidt, 1785
Marc-Gabriel-Charles Gleyre
Claude-Marie Dubufe
Théodore Chassériau 1840
Arnold Böcklin 1855
Delacroix 1856
Adolphe-René Lefèvre
Narcisso Virgilio Díaz de la Peña
Jean-Baptiste-Camille Corot 1836
Delacroix 1856
Diana y Calisto es otro motivo profusamente pintado y de un primer vistazo cuasi el mismo, pues en general aparecen también multitud de ninfas desnudas, y hasta que no centremos nuestra vista, no descubriremos quién es quién, y el motivo representado.
Zinaida Evgenievna Serebriakova 1917
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atteone, ninfe