Mientras industriosos y egregios espíritus, con la ayuda de las luces de Giotto y de sus continuadores, se esforzaban por dar al mundo muestras del talento que la benignidad de las estrellas y la proporcionada combinación de sus humores habían brindado a sus ingenios, deseosos de imitar con la excelencia del arte la grandeza de la naturaleza, para alcanzar lo más posible -con esfuerzos tan universales como vanos- esa suma del conocimiento que muchos llaman inteligencia, el benignísimo Rector del cielo volvió, clemente, los ojos hacia la tierra y, viendo la inútil infinidad de tantos empeños, los ardientes estudios sin fruto alguno y la opinión presuntuosa de los hombres, bastante más alejada de la verdad que las tinieblas de la luz, resolvió, para librarse de tantos errores, enviar al mundo un espíritu que, en cada una de las artes y en todas las profesiones, fuera universalmente capaz y por sí solo mostrase cuál es la perfección del arte del dibujo, en materia de línea, contorno, sombra y luz, y diese realce a las cosas de la pintura y con recto juicio obrase en escultura, e hiciese viviendas cómodas y seguras, sanas, alegres, proporcionadas y enriquecidas por los varios adornos de la arquitectura. Quiso, además, dotarlo de real filosofía moral y darle el adorno de la dulce poesía, para que el mundo lo admirara y escogiera como singularísimo modelo por su vida, sus obras, la santidad de sus costumbres, y la humanidad de todos sus actos; en suma, para que fuera considerado por nosotros como un ser, más que terreno, celestial. Y porque sabía que en la realización de tales ejercicios y en esas artes singularísimas que son la pintura, la escultura y la arquitectura, los ingenios toscanos siempre se han destacado entre los demás por su elevación y grandeza, porque éstos, más que cualesquiera otros de Italia, se dedican empeñosamente a las fatigas y los estudios de las diversas facultades, quiso darle como patria Florencia, dignísima entre las ciudades, para colmar la perfección de las merecidas cualidades de esa urbe, ofreciéndole semejante ciudadano.
el Casentino, pues, bajo el signo de fatales y felices estrellas, nacióle en
1474 un hijo de honesta y noble dama a Ludovico di Lionardo Buonarroti Simoni,
que descendía, según dicen, de la nobilísima y antiquísima familia de los condes
de Canossa
este Ludovico, que ese año era podestá de Chiusi y Caprese, cerca de Sasso
della Vernia, donde San Francisco recibió los estigmas, en la diócesis aretina,
le nació, digo, un hijo el 6 de marzo, un domingo, aproximadamente a las ocho
horas de la noche, y le puso el nombre de Miguel Ángel porque, sin pensar más
lejos, inspirado por un espíritu superior, infirió que este niño era cosa
celestial o divina, fuera del uso mortal, como se ve por los signos de su
nacimiento, ya que lo recibían con benevolencia Mercurio y Venus en la casa de
Júpiter. Lo cual demostraba que por arte de mano y de ingenio realizaría obras
maravillosas y estupendas. Cuando concluyó su misión como podestá, Ludovico
regresó a Florencia, y confió a Miguel Ángel al cuidado de la mujer de un
cantero en la villa de Settignano, a tres millas de la ciudad, donde tenía una
propiedad de sus antepasados, donde abundan las piedras y hay muchas canteras de
granito, en que trabajan continuamente los canteros y escultores, nacidos en su
mayor parte en aquel lugar. Por eso, conversando un día Miguel Ángel con Vasari,
le dijo en broma: «Giorgio, si hay algo bueno en mi ingenio, lo debo al haber
nacido en la sutileza del aire de vuestra tierra de Arezzo y al haber mamado con
la leche de mi nodriza los cinceles y el mazo con que hago mis figuras». ;
;Luego tuvo Ludovico varios hijos más, y como estaba escaso de recursos fue
colocándolos en la corporación de la lana y de la seda, mientras Miguel Ángel,
que ya era grande, era enviado a la escuela de gramática del maestro Francesco
da Urbino. Pero como su ingenio lo inclinaba a deleitarse con el dibujo,
dedicaba todo el tiempo posible a dibujar secretamente, siendo reñido y a veces
castigado por sus mayores y por su padre, acaso porque estimaban que dedicarse a
ese talento, desconocido para ellos, era cosa baja e indigna de su abolengo. ;
;En esa época hizo amistad Miguel Ángel con Francesco Granacci, el cual,
aunque joven, se había colocado en el taller de Domenico del Grillandaio para
aprender el arte de la pintura. Y como Granacci amaba a Miguel Ángel y lo veía
muy apto para el dibujo, todos los días le prestaba dibujos de Grillandaio que,
a la sazón, era considerado, no sólo en Florencia sino en toda Italia, como uno
de los mejores maestros existentes. Y creciendo diariamente en Miguel Ángel el
deseo de crear, y no pudiendo Ludovico desviar al muchacho de su dedicación al
dibujo, resolvió, ya que no había remedio, sacar algún fruto de esa afición y,
aconsejado por sus amigos, lo puso en el taller de Domenico Grillandaio para que
aprendiera ese arte.
;Tenía catorce años Miguel Ángel cuando se inició en el arte con Domenico. Quien escribió su vida después del año 1550, en que yo redacté estas Vidas por primera vez, ha dicho que algunos, por no haberlo tratado, dijeron de él cosas que no son ciertas, y omitieron muchas otras que son dignas de tenerse en cuenta, y -cosa que subrayo especialmente- ha tachado de envidioso a Domenico, acusándole de no haber prestado jamás ayuda alguna a Miguel Ángel.
;Lo cual es evidentemente falso, como lo muestra un escrito de la mano de
Ludovico, padre de Miguel Ángel, que figura en el libro de Domenico, conservado
por los herederos de éste, y dice lo siguiente: «1488. Consigno este primero de
abril que yo, Ludovico di Lionardo di Buonarroti, pongo a Miguel Ángel, mi hijo,
como aprendiz con Domenico y David di Tommaso di Currado, por los tres años
próximos, con los siguientes pactos y condiciones, que dicho Miguel Ángel deberá
permanecer con los susodichos durante ese plazo, aprendiendo a pintar y
realizando los ejercicios y todo lo que los susodichos le ordenen, y dichos
Domenico y David deberán darle en esos tres años veinticuatro florines de ley: y
el primer año seis florines, y el segundo año ocho florines, y el tercero diez
florines, en total la suma de noventa y seis liras». Y debajo de ese contrato
está lo siguiente, escrito de mano de Ludovico: «Ha recibido el susodicho Miguel
Ángel, este diez y seis de abril, dos florines de oro en oro, y yo Ludovico di
Lionardo, su padre (he recibido), en dinero contante doce liras y doce soldi».
He copiado esto del libro para mostrar que todo lo que escribí entonces y lo que
escribiré presentemente es la verdad; no conozco a nadie que haya tratado más a
Miguel Ángel que yo o haya sido más amigo y fiel servidor, como puede
atestiguarlo cualquiera; ni creo que nadie pueda mostrar mayor número de cartas
escritas por él mismo, ni con más cariño que las que me escribió a mí. He hecho
esta digresión para ser fiel a la verdad; y esto bastará para todo el resto de
su vida. Y ahora, volvamos al relato.
;Crecían el talento y la personalidad de Miguel Ángel de tal modo, que
Domenico se asombraba viéndole hacer cosas superiores a lo que podía esperarse
de un joven, pues le parecía que no sólo superaba a los demás discípulos, de los
cuales tenía gran número, sino que muchas veces igualaba las cosas que Domenico
mismo hacía como maestro. Ocurrió que uno de los jóvenes que estudiaban con
Domenico copió a pluma algunas mujeres vestidas, que figuraban en obras de
Grillandaio. Miguel Ángel tomó el dibujo y con una pluma más gruesa corrigió el
contorno de una de esas figuras, haciéndola tal como hubiera debido ser para
tener perfección. Es maravilloso ver la diferencia de los dos estilos, y la
excelencia y el juicio de un jovencito tan animoso y audaz, que se atrevía a
corregir las cosas de su maestro. Esa hoja está hoy en mi poder, conservada como
una reliquia: la recibí de Granacci para ponerla en mi Libro de dibujos, con
otros que me dio Miguel Ángel. Y en el año 1550, estando en Roma, Giorgio la
mostró a Miguel Ángel, quien reconoció el dibujo y tuvo placer en volver a
verlo, pero dijo por modestia que más sabía de su arte cuando era niño que
entonces, siendo viejo.
;Pues ocurrió que mientras Domenico trabajaba en la capilla grande de Santa
Maria Novella, un día que se ausentó el maestro, Miguel Ángel se puso a dibujar
los andamios, las mesas, todos los enseres para la pintura y a algunos de los
muchachos que trabajaban. Cuando regresó Domenico y vio el dibujo de Miguel
Ángel, dijo: «Éste sabe más que yo». Y quedó estupefacto ante el nuevo estilo de
imitación producido por el buen juicio que el cielo había dado a un joven de tan
tierna edad, y que a la verdad era tanto como lo que podía desearse en la
práctica de un artista con muchos años de ejercicio de su arte. Y es que todo el
saber y el poder de la gracia estaban en su naturaleza, adiestrada por el
estudio y el arte, razón por la cual Miguel Ángel daba frutos de los más
divinos, como abiertamente empezó a revelarse cuando copió un grabado de Martino
Tedesco, que le dio mucha fama: había llegado en esa época a Florencia una
composición de dicho Martino, grabada en cobre, en que los diablos golpean a San
Antonio, y Miguel Ángel la copió a pluma con la mayor exactitud, y luego la
ejecutó en color. Para representar algunas extrañas formas de diablos, compró
pescados con caprichosas escamas de colores y en esta obra demostró tanta
capacidad, que mereció crédito y renombre. Copió dibujos de otros maestros
antiguos, haciendo las réplicas tan semejantes a los originales, que no se
distinguían de éstos, tanto más cuanto que teñía y envejecía los papeles con
humo y otras cosas, ensuciándolos de modo que parecían antiguos. Sólo lo hacía
con el objeto de quedarse con los dibujos originales, reemplazándolos por las
copias, porque admiraba a los maestros por la excelencia de su arte y trataba de
superarlos. Esto acrecentó mucho su reputación.
;En aquella época, el Magnífico Lorenzo de Médicis tenía a su servicio, en su
jardín de la plaza de San Marcos, a Bertoldo el escultor, no tanto como custodio
y guardián de muchas y hermosas antigüedades que había coleccionado con
considerable gasto, como porque, deseando mucho crear una escuela de pintores y
escultores excelentes, quería que tuviesen como guía y como jefe a dicho
Bertoldo, que era discípulo de Donato. Y aunque éste era tan viejo que ya no
podía trabajar, no dejaba de ser maestro muy entendido y reputado, no sólo por
haber terminado con mucho cuidado los púlpitos de su maestro Donato, sino por
haber ejecutado en bronce muchas escenas de batallas y otras obras pequeñas, en
cuya técnica nadie lo superaba en Florencia. Lamentando, pues, Lorenzo -quien
tenía gran amor por la pintura y la escultura- que en su tiempo no hubiera
escultores célebres y nobles, cuando, en cambio, había numerosos pintores de
gran valor y fama, decidió, como ya dije, crear una escuela y con tal fin le
dijo a Domenico Ghirlandaio que si en su taller había jóvenes deseosos de
dedicarse a la escultura, los enviara al jardín, donde él se proponía
adiestrarlos e instruirlos para honra de ellos, de él y de la ciudad.
;Domenico le recomendó como excelentes jóvenes a Miguel Ángel y a Francesco
Granacci, entre otros. Fueron éstos al jardín y encontraron allí a Torrigiano,
hijo de los Torrigiani, que modelaba en barro algunas figuras de bulto entero
que le había encargado Bertoldo. Viendo esto, Miguel Ángel hizo algunas también,
por emulación. Y Lorenzo, reconociendo su bello espíritu, siempre lo tuvo en
mucha consideración. Miguel Ángel, alentado, se puso al cabo de unos días a
copiar en mármol una cabeza de fauno antigua, que sonreía, con la nariz rota y
el rostro viejo lleno de arrugas. Aunque nunca había empleado el cincel ni
tallado el mármol, logró copiar bastante bien el modelo, y tanto que asombró al
Magnífico. Pero observó Lorenzo que Miguel Ángel no se había limitado a
reproducir el modelo, sino que había hecho cambios de acuerdo con su fantasía,
abriéndole la boca al fauno de modo que se le veían la lengua y todos los
dientes. Entonces, ese señor, bromeando agradablemente, como era su costumbre,
le dijo: «Deberías saber que los viejos nunca conservan todos los dientes y que
siempre les falta alguno». Consideró Miguel Ángel en su humildad, temiendo y
amando a aquel señor, que le decía la verdad y apenas se alejó Lorenzo, rompió
un diente y cortó la encía al fauno, de tal manera que parecía haber perdido
parte de su dentadura, después de lo cual se puso a aguardar con impaciencia el
regreso del Magnífico. Éste, comprobando la simplicidad y la bondad de Miguel
Ángel, se rió más de una vez refiriendo el caso a sus amigos y, proponiéndose
ayudar y favorecer al joven, mandó llamar a Ludovico, su padre, y se lo pidió,
diciéndole que quería educarlo como a uno de sus hijos. Y el padre de buena gana
se lo concedió. Entonces, el Magnífico dispuso que dieran a Miguel Ángel una
habitación en su casa, donde desde entonces se sentó a la mesa con los hijos de
Lorenzo y otras personas distinguidas y de alcurnia que vivían con el Magnífico,
quien lo honraba. Y esto fue al año de haber entrado en el taller de Domenico
cuando tenía quince o dieciséis años. Estuvo cuatro años en la casa del
Magnífico Lorenzo, hasta que éste falleció en el 92. Recibió en aquella época de
dicho señor, para ayudar a su padre, una pensión de cinco ducados mensuales.
;Para alegrarlo, el Magnífico le regaló, además, una capa morada y procuró a
su padre un empleo en la aduana. En esa época, aconsejado por Policiano, hombre
destacado en las letras, Miguel Ángel talló en mármol la batalla de Hércules con
los Centauros, obra tan bella que quien la contempla hoy no la considera
producción de un joven, sino de un maestro preciado y consumado en el estudio y
práctico en su arte. Está ahora en su casa, conservada como recuerdo por
Lionardo, su sobrino, como cosa excepcional que es. Y, no hace muchos años,
dicho Lionardo tenía en su casa, en recuerdo de su tío, un bajo relieve en
mármol, de poco mas de un braccio de alto, en que Miguel Ángel representó a una
Virgen. Era joven, en aquella misma época, y quería imitar la manera de
Donatello, cosa que logró tan bien que la obra parece de la mano de éste, aunque
tiene más gracia y mejor dibujo.
;Esta Virgen, Lionardo la obsequió después al duque Cosme de Médicis, quien la aprecia altamente, no existiendo de la mano de Miguel Ángel otro bajo relieve que ése. Pero, volviendo al jardín del Magnífico Lorenzo, diré que ese jardín estaba lleno de antigüedades y adornado con excelentes pinturas reunidas por amor de la belleza, para estudio y por placer en ese lugar cuyas llaves tenía permanentemente Miguel Ángel, el cual era mucho más activo que todos sus compañeros y siempre se mostraba dispuesto a trabajar con vivo ardor.
;Durante muchos meses dibujó en el Carmine las pinturas de Masaccio y copiaba
aquellas obras con tanto juicio, que asombraba a los artistas y otras personas,
de tal manera que la envidia aumentaba a medida que crecía su reputación. Dicen
que Torrigiano trabó amistad con él pero que un día, movido por la envidia que
le causaba verlo más capaz en el arte y objeto de mayores consideraciones, con
tal violencia le dio un golpe de puño en la nariz, que se la rompió y deformó de
mala manera, marcándolo para siempre. Por tal causa fue expulsado Torrigiano de
Florencia, como se ha referido en otro lugar.
;Muerto el Magnífico Lorenzo, regresó Miguel Ángel a la casa de su padre, muy
afligido por el fallecimiento de semejante hombre, amigo de todos los talentos.
Compró entonces un gran bloque de mármol en que talló un Hércules de cuatro
braccia, que estuvo muchos años en el palacio Strozzi. Fue considerada admirable
esa obra, que luego fue enviada, el año del asedio, a Francia, pues
Giovanbattista della Palla la obsequió al rey de Francia. Dicen que Pedro de
Médicis, que había tratado durante mucho tiempo a Miguel Ángel, a menudo lo
hacía llamar para consultarlo cuando quería comprar camafeos antiguos y otras
tallas. Y durante un invierno en que nevó bastante en Florencia, le hizo hacer
en su patio, con nieve, una estatua que resultó bellísima. Tributaba tales
atenciones a Miguel Ángel, por su talento, que el padre de éste, empezando a ver
que era estimado por los grandes, lo vistió más suntuosamente que antes.
;Para la iglesia de Santo Spirito de Florencia hizo Miguel Ángel un Crucifijo
de madera que fue colocado - y aún se encuentra - sobre la luneta que está
encima del altar mayor. La obra agradó al prior, quien permitió al escultor el
uso de locales en que, disecando cadáveres, para estudiar la anatomía, empezó a
dar perfección a su gran capacidad de dibujante. Ocurrió que los Médicis fueron
expulsados de Florencia. Pocas semanas antes, Miguel Ángel había ido a Bolonia,
y luego a Venecia, pues temía que, por ser íntimo de la familia, le ocurriera
algo siniestro, en razón de la insolencia y el mal gobierno de Pedro de Médicis.
Como en Venecia no encontró medios de existencia, regresó a Bolonia. Pero allí,
por descuido, tuvo la desgracia de no reclamar en la puerta de entrada la
contraseña para salir, como se exigía a la sazón como medida de orden. Messer
Giovanni Bentivogli, en efecto, había dispuesto que los forasteros que no
tuviesen la contraseña fuesen condenados a una multa de cincuenta liras
boloñesas, y Miguel Ángel incurrió en esa falta, y no tenía los medios para
pagar. Pero se compadeció de él Messer Giovanfrancesco Aldovrandi, uno de los
dieciséis gobernadores, quien lo hizo llevar a su casa y, oída su explicación,
le puso en libertad y lo mantuvo a su lado durante más de un año. Un día,
Aldovrando lo llevó a ver el arca de Santo Domingo, ejecutada, como se ha dicho,
por Juan Pisano y luego por el maestro Niccolò del Arca, escultores antiguos; y
como en el conjunto faltaban un ángel que llevaba un candelabro y un San
Petronio, figuras de un braccio aproximadamente, preguntó al artista si se
atrevía a hacerlas. Miguel Ángel contestó que sí. Hízose dar el mármol y las
realizó de tal modo, que son las mejores figuras de la obra. Y Messer Francesco
Aldovrando le hizo dar treinta ducados por ambas.
;Permaneció Miguel Ángel poco más de un año en Bolonia, y se hubiera quedado
más tiempo para retribuir las cortesías de Aldovrando, quien lo amaba por su
talento y también porque, siendo toscano, le agradaba la pronunciación del
escultor y con agrado le escuchaba leer las obras de Dante, Petrarca, Boccaccio
y otros poetas de Toscana. Pero sabía Miguel Ángel que estaba perdiendo el
tiempo, de modo que por su voluntad regresó a Florencia, donde hizo, para
Lorenzo di Pierfrancesco de Medici, un San Juan de mármol. Luego empezó, también
en mármol, un Cupido dormido, de tamaño natural. Cuando estuvo terminado,
Baldassarri del Milanese lo mostró a Pierfrancesco como obra bella, y así la
juzgó dicho señor, quien declaró: «Si esta figura se enterrara, estoy seguro de
que pasaría por antigua. Enviándola a Roma, arreglada de manera que parezca
vieja, te produciría mucho más que vendiéndola aquí». Dicen que Miguel Ángel la
patinó de modo que parecía antigua, y no hay por qué asombrarse de ello, pues
tenía ingenio para hacer eso y mucho más. Otros pretenden que Milanese la llevó
a Roma, la enterró en una de sus viñas y luego la vendió como antigüedad al
cardenal San Giorgio, por doscientos ducados. También se dice que la vendió un
agente que tenía Milanese, y que escribió a Pierfrancesco que le hiciera dar a
Miguel Ángel treinta escudos, porque más no había podido cobrar el Cupido,
engañando así al cardenal, a Pierfrancesco y a Miguel Ángel. Pero después,
alguien que lo había visto y sabía que el Cupido estaba hecho en Florencia, lo
comunicó al cardenal, que se hizo restituir el dinero por el agente de Milanese
y devolvió la obra, la cual llegó a manos del duque Valentino y fue obsequiada
por él a la marquesa de Mantua, que se la llevó a su tierra, donde aún está.
;El asunto no dejó de motivar críticas al cardenal San Giorgio, porque no
supo apreciar el valor de la obra, que consiste en su perfección, pues tan
buenas son las esculturas modernas como las antiguas, por excelentes que éstas
sean, siendo pura vanidad lo que mueve a quienes buscan más el nombre que la
obra en sí; esa clase de gente, la hay en todas las épocas, que tiene más en
cuenta el parecer que el ser. Empero, este incidente dio tanta reputación a
Miguel Ángel, que fue llevado inmediatamente a Roma, contratado por el cardenal
San Giorgio, y estuvo allí cerca de un año. Pero el prelado, poco entendido en
arte, nada le hizo hacer a Miguel Ángel. En aquella época, un barbero del
cardenal, que había sido pintor y coloreaba muy bien al temple pero no tenía
dibujo, se hizo amigo de Miguel Ángel, quien le dibujó un cartón de un San
Francisco recibiendo los estigmas. El barbero lo ejecutó en color, en una
tablita, muy diligentemente, y esa pintura está ahora en San Pietro a Montorio,
en la primera capilla entrando en la iglesia a mano izquierda.
;Bien conoció después el talento de Miguel Ángel un gentilhombre romano,
Messer Iacopo Galli, hombre de ingenio, que le hizo hacer un Cupido de mármol,
de tamaño natural, y luego una figura de Baco, de diez palmos, que lleva una
taza en la mano derecha y en la izquierda una piel de tigre y un racimo de uvas
que un pequeño sátiro intenta comer. Esta figura muestra que quiso hacer una
combinación de miembros maravillosos, dándole la esbeltez del varón joven y la
carnosa redondez de la mujer. Es una obra tan admirable, que Miguel Ángel probó
con ella ser mejor que cualquier otro escultor de los modernos que hasta
entonces habían trabajado.
;Durante su estancia en Roma progresó tanto, que no se podía creer que
tuviese pensamientos tan elevados y realizara con tanta facilidad difíciles
proezas; asombraba tanto a los que no estaban acostumbrados a ver tales cosas
como a los que estaban acostumbrados a las buenas producciones, porque lo que
los demás hacían parecía una nulidad comparado con lo de Miguel Ángel. Lo cual
despertó en el cadernal de Saint-Denis, llamado cardenal de Rohan, un francés,
el deseo de dejar mediante tan excepcional artista algún digno recuerdo de sí en
tan famosa ciudad, y le encargó una Piedad en mármol, de bulto entero, la cual,
una vez terminada, fue colocada en San Pedro, en la capilla de la Virgen Maria
della Febre, en el templo de Marte. A esa obra, nunca piense escultor o artista
sobresaliente poder añadirle jamás mejor composición o mayor gracia, ni
superarla en finura, pulido o delicada talla del mármol, porque en ella se
resume todo el valor y toda la fuerza del arte.
;Entre las bellezas que allí se encuentran, aparte de los divinos drapeados,
se destaca el Cristo muerto; en belleza de los miembros y arte en la
representación del cuerpo, es un desnudo insuperable, bien estudiado en cuanto a
músculos, venas, nervios y huesos y, además, no hay muerto que parezca más
muerto que éste. La dulcísima expresión del rostro y la concordancia en las
coyunturas de brazos, piernas y torso, el trabajo de las venas, todo causa
maravilla, y se asombra uno de que la mano de un artista haya podido hacer en
tan poco tiempo cosa tan admirable; porque ciertamente es un milagro que una
piedra, en principio sin forma alguna, pueda ser llevada jamás a la perfección
que la naturaleza, con esfuerzo, suele dar a la carne. Tanto consiguieron el
amor y los esfuerzos de Miguel Ángel en esta obra que (cosa que nunca más hizo)
puso su nombre en una cinta que ciñe el pecho de Nuestra Señora. Esto se debe a
que un día, al entrar Miguel Ángel en la capilla donde está la Piedad, encontró
allí a gran número de forasteros lombardos que alababan mucho la obra. Uno de
ellos le preguntó a otro quién la había ejecutado y éste contestó: «Nuestro
Gobbio, de Milán». Miguel Ángel nada dijo, pero le dolió que sus esfuerzos
fuesen atribuidos a otro, de modo que una noche se encerró en la capilla con una
luz y sus cinceles, grabó su nombre en la obra y describió acertadamente un
bellísimo espíritu en estos
;Bellezza ed onestate,
;E doglia e pietà in vivo marmo morto,
Deh, come voi pur fate,
;Non piangete sì forte,
;Che anzi tempo risveglisi da morte,
;E pur, mal grado suo,
;Nostro Signore, è tuo
;Sposo, figliuolo e padre,
;Unica sposa sua figliuola e madre.
;Esta Piedad le dio mucha fama y si bien algunos tontos dicen que hizo
demasiado joven a la Virgen ¿no advierten ni saben que las personas vírgenes
inmaculadas mantienen y conservan largo tiempo la expresión de su rostro sin
alteración alguna, mientras que con los afligidos, como Cristo, ocurre lo
contrario? De modo que esa obra agregó bastante más gloria y fama a su talento
que todas las anteriores.
;Algunos amigos suyos le escribieron desde Florencia para que regresara,
porque querían que no se perdiera ese mármol que estaba en la Opera y que Pier
Soderini - nombrado a la sazón Gonfaloniero vitalicio de aquella ciudad - muchas
veces había querido dar a Lionardo da Vinci, y que en esos días se proponía
conceder al maestro Andrea Contucci dal Monte Sansavino, excelente escultor que
trataba de obtenerlo. Y Miguel Ángel, regresando a Florencia, intentó
conseguirlo (aunque era difícil tallar en ese bloque una figura entera, sin
añadidos, y nadie se atrevía a realizarla sin pedazos agregados, salvo él, que
desde años atrás deseaba hacerlo). Medía este bloque nueve braccia y en él,
desgraciadamente, un tal maestro Simone da Fiesole había empezado a tallar un
gigante, concibiendo tan mal la obra que había cortado el mármol entre las
piernas y lo había estropeado de tal modo que los fabriqueros de Santa Maria del
Fiore no quisieron que lo concluyera y abandonaron el bloque, que desde años
atrás estaba en tales condiciones y parecía destinado a seguir así.
;Lo examinó Miguel Ángel de nuevo y considerando que era posible hacer una
figura razonablemente buena en esa piedra, acomodando la postura de esa figura a
lo que había quedado del bloque estropeado por el maestro Simone, resolvió
pedirlo a los fabriqueros y a Soderini, quienes se lo concedieron como cosa
inservible, pensando que cualquier obra que se hiciera sería mejor que el mármol
en el estado en que se encontraba, puesto que de nada podía servir a la fábrica.
Miguel Ángel hizo entonces un modelo en cera de un David joven con la honda en
la mano, que destinaba a ser colocado como símbolo en el palacio, para expresar
que tal como David había defendido a su pueblo, gobernándolo con justicia, quien
gobernaba a Florencia debía animosamente defenderla y justamente gobernarla.
Comenzó el trabajo en la Opera de Santa Maria del Fiore, en que alzó un tabique
entre la pared y las mesas para encerrar el mármol, que talló sin descanso, sin
que nadie viera lo que estaba haciendo, hasta llevar la figura a la última
perfección. Pero el mármol había sido estropeado y gastado por el maestro Simone,
de modo que en algunos puntos no había bastante material como para que Miguel
Ángel hiciera lo que hubiera querido: dejó algunos de los primeros golpes de
cincel del maestro Simone en la extremidad del mármol, y aún hoy se pueden ver;
por cierto fue un milagro el que hizo Miguel Ángel al resucitar algo que estaba
muerto.
;Cuando estuvo terminada la estatua, hubo muchas deliberaciones acerca de la
forma en que convenía llevarla a la plaza de la Señoría. Giuliano di Sangallo y
Antonio, su hermano, hicieron un esqueleto muy sólido de madera, del cual
colgaron la figura con cuerdas, para que no se rompiera con las sacudidas,
estando siempre suspendida. Luego, mediante palancas y grúas la arrastraron por
terraplenes y la colocaron en su lugar. Anudaron las cuerdas de tal modo, que el
nudo era muy fácil de desatar pero al mismo tiempo apretaba más cuanto mayor era
el peso que soportaba: cosa bellísima e ingeniosa, cuyo dibujo de su mano
conservamos en nuestro Libro, porque ese nudo es admirable, seguro y fuerte para
llevar pesos. Gustó bastante la estatua a Pier Soderini, pero mientras Miguel
Ángel la retocaba en algunas partes, le dijo que le parecía que la nariz de la
figura era demasiado gruesa. Miguel Ángel observó que el Gonfaloniero estaba al
pie del gigante y que su vista no le permitía ver lo que él hacía, por lo cual
subió al andamio que estaba cerca de los hombros y, para dejar satisfecho a
Soderini, tomó un cincel en la mano izquierda, con un poco de polvo de mármol
que encontró sobre los tablones, y simuló dar unos leves golpes con la
herramienta, a la vez que dejaba caer poco a poco el polvo, sin cambiar nada a
la nariz del David, que quedó como estaba. Luego, mirando al Gonfaloniero, que
estaba abajo, observando lo que el escultor hacía, le dijo: «¿Qué le parece
ahora?».
;«A mí me gusta más así -repuso Soderini-. Le has dado vida.» Y entonces bajó
Miguel Ángel del andamio, riéndose para sus adentros y compadeciendo a quienes
se las dan de entendidos y no saben lo que dicen. Cuando la estatua estuvo
ubicada y concluida, la descubrió. Y, a la verdad, ha superado a todas las
estatuas modernas y antiguas, por griegas y latinas que fuesen. Puede decirse
que ni el Marforio de Roma, ni el Tíber o el Nilo del Belvedere, ni los gigantes
de Montecavallo la igualen de ningún modo; con tanta mesura, belleza y
perfección la terminó Miguel Ángel. Porque en ella hay contornos de piernas
bellísimos, y junturas y esbelteces de flancos divinas; y nunca se ha visto una
actitud tan dulce, ni gracia que la iguale, ni pies, ni manos, ni cabeza
comparables a los de esta estatua por su excelencia, su arte y su composición.
Por cierto, quien la ve, no desea ver otra obra de escultura hecha en nuestros
tiempos o en otras épocas por cualquier artista. Miguel Ángel recibió por ella,
de Pier Soderini, cuatrocientos escudos, y fue inaugurada el año 1504. Por el
renombre que adquirió como escultor, hizo a dicho Gonfaloniero un David de
bronce muy bello, que fue enviado a Francia. En esa misma época esbozó, sin
terminarlos, dos medallones de mármol, uno para Taddeo Taddei, que hoy está en
su casa, y otro para Bartolomeo Pitti. Este último fue obsequiado por Fray
Miniato Pitti de Monte Oliveto, muy entendido en cosmografía y otras muchas
ciencias, y particularmente en pintura, a Luigi Guicchiardini, de quien era gran
amigo. Esas dos obras fueron consideradas egregias y admirables. Y también en
ese tiempo esbozó un San Mateo de mármol en la Opera de Santa Maria del Fiore;
esa estatua muestra su perfección y enseña a los escultores cómo deben tallarse
las figuras de mármol, sin estropearlas. También hizo en bronce un medallón de
Nuestra Señora, que fundió a pedido de ciertos mercaderes flamencos, los
Moscheroni, personas nobilísimas en su país, que le pagaron cien escudos y
enviaron la obra a Flandes.
;Quiso Agnolo Doni, ciudadano florentino amigo suyo, que gozaba con la
posesión de obras bellas de los artistas antiguos y modernos, tener alguna cosa
de Miguel Ángel y éste comenzó para él una pintura en medallón que representa a
la Virgen que, arrodillada, tiene en los brazos al Niño y lo ofrece a José, que
lo recibe. Miguel Ángel expresó en el movimiento de la cabeza de la madre de
Cristo y en sus ojos fijos en la belleza suma de su Hijo su maravillosa alegría
y su deseo de comunicársela a aquel santísimo anciano que, con igual amor,
ternura y reverencia, toma a la criatura, como muy bien se ve en su rostro, sin
mucho examinar. No bastando esto a Miguel Ángel para demostrar que su arte era
muy grande, hizo en el campo de esta obra muchos desnudos apoyados, de pie y
sentados, con tanta diligencia y pulcritud ejecutó esta obra que, seguramente,
de todas sus pinturas sobre tabla - las cuales son pocas - es considerada la más
concluida y bella. Cuando estuvo terminada, la envió a la casa de Agnolo,
envuelta. La llevó un mensajero, junto con una carta en que pedía en pago
setenta ducados. No le pareció bien a Agnolo, que era hombre moderado, gastar
tanto en una pintura, aunque sabía que valía más que eso, de modo que le dijo al
mandadero que bastaba con cuarenta ducados y se los dio. Pero Miguel Ángel envió
de vuelta al mensajero, con encargo de reclamar cien ducados o volver con el
cuadro. Agnolo, a quien le había gustado la pintura, dijo: «Le daré aquellos
setenta». Pero Miguel Ángel no se conformó y, a causa de la poca fe de Agnolo,
quiso el doble de lo que había pedido la primera vez, de modo que, para tener la
obra, el otro tuvo que enviarle ciento cuarenta ducados. ;
;Era tal la fama conquistada por Miguel Ángel con su Piedad, su Gigante de
Florencia y sus cartones, que cuando en 1503 murió el Papa Alejandro VI y fue
elegido Julio II (contando entonces el escultor unos veintinueve años de edad)
fue llamado por el nuevo Pontífice, que lo favorecía mucho, para encargarle su
sepultura y recibió como viático cien escudos de sus suplicantes. Trasladóse,
pues, a Roma, pero pasaron muchos meses sin que le hicieran hacer cosa alguna.
Finalmente, se adoptó un proyecto que hizo para tal sepultura, óptimo testimonio
del talento de Miguel Ángel, pues por la belleza, el esplendor, la abundancia
del adorno y la riqueza de estatuas, superaba a todo antiguo e imperial
mausoleo. Esto alentó al Papa Julio, que resolvió dedicarse a rehacer la iglesia
de San Pedro de Roma, para poner la sepultura en el interior. Así, Miguel Ángel
puso manos a la obra con mucho ánimo y para darle comienzo se dirigió a Carrara,
para elegir todos los mármoles con sus dos ayudantes.
;Y en Florencia, Alamanno Salviati le dio mil escudos para sus gastos. Pasó
en aquellos montes ocho meses, sin más dinero ni otras provisiones, y muchas
veces seducido por los bloques de piedra, tuvo capricho de hacer estatuas
grandes en aquellas canteras, para dejar allí un recuerdo suyo, como habían
hecho los antiguos. Eligió una cantidad de mármoles, los hizo cargar en barcos y
los envió a Roma, donde llenaron la mitad de la plaza de San Pedro, alrededor de
Santa Catalina, y fueron colocados entre la iglesia y el pasaje que conduce al
Castillo. En ese lugar había hecho Miguel Ángel su obrador para ejecutar las
figuras y el resto del mausoleo. Y para poder ir a verlo trabajar cómodamente,
el Papa hizo hacer un puente levadizo del corredor al taller. Por consiguiente,
trataba con mucha familiaridad al escultor, y, a la larga, los favores que le
hacía motivaron muchos disgustos y persecuciones, pues generaron gran envidia
entre los artistas que servían al Papa. En vida de Julio II y después de su
muerte, Miguel Ángel hizo cuatro estatuas concluidas y ocho esbozadas para la
sepultura, como se dirá oportunamente.
;Dicen que mientras Miguel Ángel estaba ocupado en esa obra, llegó a Ripa el
resto del mármol para dicha sepultura, que había quedado en Carrara, y se hizo
que se transportara junto a los demás bloques, en la plaza de San Pedro. Y como
era preciso pagar al que había efectuado el transporte, Miguel Ángel fue, como
era su costumbre, a ver al Papa. Pero como Su Santidad estaba ocupado ese día en
asuntos de Bolonia que le interesaban, Miguel Ángel se volvió a su casa y pagó
con su dinero aquella cuenta, pensando que Su Santidad le haría devolver pronto
ese dinero. Volvió otro día para hablar con el Papa y encontró dificultad para
entrar, pues un lacayo le dijo que tuviera paciencia, pues le habían ordenado no
dejarle entrar. Entonces, un obispo le dijo al criado: «Quizá no conoces a este
hombre». «Demasiado bien lo conozco -repuso el lacayo- pero yo estoy aquí para
hacer lo que me ordenan mis superiores y el Papa.» Disgustó esto a Miguel Ángel,
pareciéndole que lo trataban en distinta forma que anteriormente, de modo que,
colérico, le dijo al criado del Papa que le comunicara que, en adelante, cuando
Su Santidad lo buscara, ya se habría ido a otra parte. Y volviendo a su casa, a
las dos de la noche tomó la posta, dejando encargo a dos servidores de que
vendieran todas las cosas a los judíos y lo siguieran a Florencia, adonde
regresaba. Cuando llegó a Poggibonsi, en territorio florentino, se consideró
seguro y se detuvo. Pero no anduvo mucho sin que lo alcanzaran cinco correos con
cartas del Papa, para hacerlo volver atrás. Miguel Ángel no quiso escuchar los
ruegos ni obedecer las cartas que le ordenaban regresar a Roma so pena de caer
en desgracia. Pero a pedido de los correos, finalmente se decidió a escribir dos
palabras de respuesta al Papa, diciéndole que lo perdonase, pero que no volvería
nunca a su presencia, ya que había sido echado como un miserable; sus fieles
servicios no merecían ese trato; que Su Santidad buscara a otro para servirla.
;Ya en Florencia, Miguel Ángel se dedicó a concluir, en los tres meses que
allí estuvo, el cartón de la sala grande que debía ser puesto en obra por deseo
del Gonfaloniero Pier Soderini. Entre tanto llegaron a la Señoría tres breves
exigiendo que Miguel Ángel fuera enviado a Roma. Y el escultor, temiendo la
cólera del Papa, según parece proyectó ir a Constantinopla para ponerse al
servicio del Turco, por mediación de ciertos frailes de San Francisco que
deseaban emplearlo en la construcción de un puente entre Constantinopla y Pera.
Empero, Pier Soderini lo persuadió (aunque no quería hacerlo) de que fuese a ver
al Papa en calidad de funcionario público, dándole el título de embajador de
Florencia como seguridad para su persona. Finalmente, lo recomendó al Cardenal
Soderini, su hermano, para que éste lo llevara a presencia del Papa, y lo envió
a Bolonia, adonde acababa de llegar Su Santidad, procedente de Roma.
;Cuando llegó Miguel Ángel a Bolonia, apenas se quitó las botas fue conducido
por los familiares del Papa a la residencia de éste, que era el palacio de los
Diez y Seis. Le acompañó un obispo del séquito del Cardenal Soderini, porque no
pudo hacerlo este prelado por hallarse enfermo. En presencia del Papa, Miguel
Ángel se arrodilló. Miróle Su Santidad de reojo y con cólera, diciéndole: «¿En
vez de ir a Nuestro encuentro, has aguardado que Nos vengamos a buscarte a ti?»,
queriendo significar que Bolonia está más cerca de Florencia que Roma. Miguel
Ángel abrió los brazos en ademán cortés y en voz alta le pidió humildemente
perdón, aduciendo como excusa haber obrado movido por la cólera, por no soportar
que lo echaran de esa manera; agregó que había hecho mal y de nuevo pidió que lo
perdonase. El obispo que había presentado al escultor al Papa, dijo, para
excusarlo, a Su Santidad que tales hombres son ignorantes de todo lo que no sea
su arte, y pidió perdón por él. Pero el Papa se encolerizó al oír estas palabras
y, golpeando al obispo con una maza que tenía en la mano, exclamó: «Ignorante
serás tú, que le injurias, cosa que Nos no hacemos». El obispo fue expulsado a
empellones por un lacayo, y el Papa, que había desahogado su cólera en él, dio
la bendición a Miguel Ángel, quien fue retenido en Bolonia mediante dádivas y
promesas hasta que Su Santidad le ordenó que hiciera su retrato: una estatua de
bronce de cinco braccia de alto. Hízola Miguel Ángel con mucho arte, ideando una
bellísima actitud que le daba majestad y grandeza, mientras los paños tenían
riqueza y magnificencia y el rostro imponente expresaba ánimo, fuerza y
vivacidad. Esa estatua fue colocada en un nicho sobre la puerta de San Petronio.
;Dicen que mientras Miguel Ángel realizaba esa obra, el excelentísimo pintor
y orfebre Francia fue a verla, por haber oído muchas alabanzas de su obra y su
persona, sin haber tenido oportunidad de ver nada de la mano del escultor. Quedó
atónito cuando vio la estatua, pero cuando Miguel Ángel le preguntó qué le
parecía, contestó que era una bellísima fundición y una bella materia. Parecióle
al escultor que había alabado más el bronce que la obra de arte, y le dijo:
«Estoy tan agradecido al Papa Julio, que me dio el bronce, como le estáis
agradecido a los droguistas que os dan los colores para pintar». Luego, con
cólera, en presencia de varios gentileshombres, le dijo a Francia que era un
patán. Con este mismo motivo, al acercársele un hijo del Francia que, según
dicen, era muy hermoso, Miguel Ángel le declaró: «Tu padre hace más bellas las
figuras vivas que las pintadas». Y entre dichos gentileshombres hubo uno, no sé
quien, que le preguntó qué le parecía más grande, un par de bueyes o la estatua
del Papa, a lo cual respondió: «Depende de qué bueyes: si son de estos
boloñeses, no cabe duda de que son más pequeños los nuestros, los de Florencia».
;Concluyó Miguel Ángel de modelar en barro esa estatua antes de que el Papa
saliera de Bolonia rumbo a Roma. Cuando Su Santidad fue a verla, no sabía el
escultor qué ponerle a la figura en la mano izquierda. En cuanto a la diestra,
la alzaba con ademán tan violento, que el Papa preguntó si impartía la bendición
o la maldición. Miguel Ángel contestó que hacía una seña de advertencia al
pueblo de Bolonia, para que éste obrara cuerdamente, y preguntó a Su Santidad su
parecer acerca de si debía ponerle un libro en la mano izquierda. Pero el Papa
le contestó: «Ponle una espada, que de letras no sé yo». Dejó el Pontífice en el
Banco de Messer Antonmaria da Lignano mil escudos para los gastos de terminación
de la obra, que fue colocada, luego de los dieciséis meses que Miguel Ángel
trabajó empeñosamente para concluirla, en el frente de la iglesia de San
Petronio, como se ha dicho. Esta estatua fue destruida por los Bentivogli, y el
bronce lo vendieron al duque Alfonso de Ferrara, que hizo hacer con el mismo una
pieza de artillería llamada Julia, pero conservó la cabeza de la figura, que
está en sus depósitos.
;Cuando el Papa volvió a Roma, mientras Miguel Ángel seguía haciendo aquella
estatua, Bramante, amigo y pariente de Rafael de Urbino y por esta razón poco
amigo de Miguel Ángel, viendo que el Sumo Pontífice favorecía y exaltaba su obra
de escultor, resolvió influir en el Santo Padre para que cuando volviera Miguel
Ángel, no le hiciese concluir la sepultura comenzada. Para lograr ese fin, se le
dijo que parecía de mal augurio y algo así como un llamamiento a la muerte
hacerse el mausoleo en vida, y se le persuadió de que, al regresar Miguel Ángel,
le hiciera pintar en memoria de Sixto, su tío, la bóveda de la capilla que éste
había erigido en el palacio. De este modo, Bramante y los rivales de Miguel
Ángel creyeron alejarlo de la escultura, en que era perfecto, y ponerlo en grave
aprieto, porque suponían que, no teniendo experiencia en la técnica del fresco,
haría obras menos dignas de alabanza y tendría menos éxito que Rafael. Y aunque
la pintura resultara bien lograda, pensaban disgustarlo con el Papa, sacándoselo
de encima de un modo o de otro.
;Así, cuando Miguel Ángel regresó a Roma, el Papa había resuelto no continuar
por el momento su sepultura, y le pidió en cambio que pintara la bóveda de la
capilla. Miguel Ángel quería acabar el mausoleo y como la pintura del techo le
parecía obra considerable y difícil, teniendo en cuenta su escasa práctica en el
oficio, intentó en toda forma librarse de esa tarea, para lo cual recomendó que
la encargasen a Rafael. Pero cuanto más se excusaba, tanto más deseo tenía el
Papa, impetuoso en sus empresas, de que hiciera los frescos, tanto más cuanto
que lo estimulaban los rivales de Miguel Ángel, y especialmente Bramante; hasta
el punto de que el Papa, que era de genio muy vivo, estuvo a punto de enojarse
con el escultor. Viendo que Su Santidad insistía en su proyecto, Miguel Ángel se
decidió a aceptar y el Papa ordenó a Bramante que preparara el andamio para el
pintor. El arquitecto lo hizo construir colgado de unas cuerdas para lo cual fue
preciso agujerear el techo. Al ver esto, Miguel Ángel le preguntó a Bramante
cómo haría para disimular los agujeros una vez concluida la pintura; y el otro
le contestó que ya se pensaría más tarde en ello y que el andamio no podía
hacerse de otro modo.
;Comprendió Miguel Ángel que o bien Bramante entendía poco de esas cosas, o
bien era poco amigo suyo, y fue a hablar con el Papa a quien dijo que el andamio
estaba mal y que Bramante no había sabido hacerlo. Contestó el Sumo Pontífice,
en presencia del arquitecto, que lo hiciera hacer a su manera. Por lo tanto,
Miguel Ángel ordenó que el andamio se armara sobre tornapuntas que no tocasen
las paredes, y así enseñó a Bramante y a otros cómo se hace un buen trabajo. Al
pobre carpintero que rehízo el andamio le regaló las cuerdas empleadas
anteriormente, que el obrero vendió, consiguiendo así dinero para la dote de una
hija suya.
;Luego Miguel Ángel empezó a ejecutar los cartones. El Papa resolvió que se
borraran las pinturas ejecutadas en tiempos de Sixto por maestros anteriores y
fijó en quince mil ducados el costo de toda la obra. Ese precio fue calculado
por Julián de Sangallo.
Miguel Ángel se vio forzado por la importancia de la obra a contratar ayuda y
envió a Florencia por pintores amigos suyos, algunos de los cuales tenían
experiencia del fresco. Entre ellos estaban el Granaccio, Giulian Bugiardini,
Iacopo di Sandro, el Indaco viejo, Agnolo di Donnino y Aristotile. Se empezó la
obra y Miguel Ángel hizo que los ayudantes comenzaran algunas cosas como ensayo.
Pero viendo que sus esfuerzos quedaban muy lejos de lo que él deseaba, un día
resolvió borrar todo lo que habían hecho y, encerrándose en la capilla, no quiso
dejarlos entrar. Tampoco se dejó ver en su casa, cuando estaba en ella. Así,
tomaron ellos su partido de esa broma que les pareció durar demasiado, y
avergonzados regresaron a Florencia. Miguel Ángel se decidió a hacer solo la
totalidad de la obra, que llevó a muy buen término, poniendo en ella todos sus
empeños y conocimientos. Pero nunca se dejaba ver para no encontrarse obligado a
mostrar lo que estaba haciendo, por lo cual en el ánimo de la gente crecía el
deseo de examinar la obra.
;El Papa Julio estaba deseoso de ver las obras que encargaba, y tenía
particular curiosidad por examinar ésta, que le ocultaban. Por eso fue un día a
la capilla para lograr su propósito, pero Miguel Ángel no le abrió la puerta,
porque no quería mostrársela. Esto motivó el digusto del cual ya hemos hablado y
que obligó al artista a salir de Roma. No quiso permitir que el Papa examinara
los frescos porque - según he entendido de las explicaciones que me dio para
aclararme una duda - cuando había realizado la tercera parte de los mismos
empezaron a cubrirse de moho durante el invierno, al soplar el viento del Norte.
Ello se debía a que la cal romana que es blanca y se hace con travertino, no se
seca bastante pronto y, cuando se mezcla con pozzolana que es de color castaño,
hace un compuesto obscuro; y cuando está líquida y acuosa y la pared se
encuentra muy empapada, a menudo se cubre de sales al secarse. Es lo que ocurrió
en la Sixtina, cuyo techo se cubrió de manchas salobres que, sin embargo, con el
tiempo desaparecían. Estaba Miguel Ángel tan desesperado por ese tropiezo que no
quería seguir trabajando, y fue a excusarse ante el Papa diciéndole que esa obra
no le salía bien. Su Santidad le envió entonces a Julián de Sangallo, quien le
explicó la causa de esa falla y lo alentó para que siguiera pintando,
enseñándole cómo podía borrar las manchas. Miguel Ángel prosiguió su tarea hasta
dejar concluida la mitad del techo y el Papa, que ya había ido varias veces a
ver las pinturas, trepando por escalas de mano con la ayuda del artista, quiso
que se destapara la obra, porque era de temperamento apremiante e impaciente y
no podía aguardar hasta que estuviera concluida y Miguel Ángel hubiera dado,
como se dice, los últimos toques.
;Apenas fue descubierta la obra, toda Roma fue a verla y el Papa fue el
primero, pues no tuvo paciencia para esperar que se asentara el polvo levantado
al desarmarse los andamios. Al ver las pinturas, Rafael de Urbino, que era
excelente imitador, cambió súbitamente de estilo y sin tardanza, para mostrar su
talento, hizo los profetas y las sibilas de La Pace. Entonces intentó Bramante
lograr que el Papa confiara la ejecución de la otra mitad de la capilla a
Rafael. Cuando Miguel Ángel supo esto, se quejó de Bramante y, sin ninguna
consideración, le explicó al Sumo Pontífice muchos defectos de la vida y las
obras de ese arquitecto que, como luego se vio, corrigió Miguel Ángel en la
edificación de San Pedro. Pero el Papa, reconociendo cada día más el talento de
Miguel Ángel, quiso que prosiguiera, juzgando, después de ver la obra
descubierta, que el artista podía hacer mucho mejor la segunda mitad. Así,
Miguel Ángel concluyó por sí solo, en veinte meses, perfectamente toda la obra,
sin tener siquiera un ayudante que le mezclase los colores. Quizá estaba apenado
Miguel Ángel de que, por apremiarlo el Papa, no podía concluir los frescos como
él lo deseaba, pues el Sumo Pontífice lo importunaba preguntándole cuándo iba a
acabarlos. Así, una vez le contestó: «La capilla estará terminada cuando yo
quede satisfecho de sus cualidades artísticas». «Y Nos queremos -repuso el Papa-
que satisfagáis Nuestro deseo de que terminéis pronto.» A lo cual agregó que si
no lo hacía, lo haría arrojar de los andamios. Por lo tanto, Miguel Ángel, que
temía, y con razón, la cólera del Papa, concluyó rápidamente la tarea, sin
perder tiempo en reparar lo que faltaba. Y desarmado el resto del andamio,
descubrió la obra en la mañana del día de Todos los Santos, en que el Papa fue a
decir misa en la capilla, para satisfacción de toda la ciudad.
;Deseaba Miguel Ángel retocar algunas partes en seco, como lo habían hecho
los maestros, sus predecesores, en las composiciones de abajo, cubriendo de azul
de ultramar y adornos de oro algunos campos, paños y celajes, para dar mayor
magnificencia y apariencia más vistosa al conjunto. Y el Papa, reconociendo que
faltaba eso y oyendo tantas alabanzas de esa obra, quería que pusiera lo
necesario, pero hubiera insumido demasiado tiempo rehacer el andamio, y las
cosas quedaron así. El Papa le decía a menudo a Miguel Ángel que debía
enriquecer la capilla con colores y oro, porque parecía pobre, pero el artista
le contestaba con dulzura: «Padre Santo, en aquellos tiempos, los hombres no se
cubrían de oro, y los que están pintados allí nunca fueron muy ricos, sino muy
santos, por lo cual despreciaban las riquezas».
;En varias cuotas, el Papa pagó a Miguel Ángel, a cuenta de esa obra, tres
mil ducados, de los cuales tuvo que gastar veinticinco en colores. Sufrió la
terrible incomodidad de tener que trabajar con la cabeza echada para atrás, y se
fatigó la vista de tal manera, que durante varios meses no pudo leer una carta
ni mirar un dibujo si no era en esa postura. Perseveró, sin embargo, estimulado
cada vez más por la voluntad de crear y por la comprobación de sus realizaciones
y progresos, al punto de no sentir fatiga ni cuidarse de incomodidad alguna.
Miguel Ángel puso en esta obra seis repisas por banda y una en medio de cada
pared, en las cuales hizo sibilas y profetas de seis braccia de alto. Entre
estas figuras están las escenas que representan desde la Creación hasta el
Diluvio y la embriaguez de Noé, y en las lunetas se ve toda la filiación de
Jesucristo. No utilizó en la composición efectos de perspectiva ni hay allí un
punto de vista fijo, pues la arquitectura simulada está adaptada a las figuras,
y no las figuras a la arquitectura. Pero realizó los desnudos y los personajes
vestidos con tal perfección de dibujo, que no se puede hacer ni se ha hecho
jamás obra tan excelente, y sólo con esfuerzo se puede imitar lo que él hizo.
;Esta obra ha sido y es verdaderamente el faro de nuestro arte, y ha sido tan
útil y tan luminosa para el arte de la pintura, que bastó para iluminar el
mundo, que durante tantos centenares de años había estado en las tinieblas.
;En verdad, no intenten los pintores encontrar novedades en materia de
invención, actitudes, ropajes, expresiones y grandiosidad de las cosas
diversamente pintadas, porque toda la perfección que puede darse a una obra que
con tal maestría se hace, la ha puesto Miguel Ángel en esos frescos. Y asómbrese
todo aquel que sepa apreciar la bondad de las figuras, la perfección de los
escorzos, la estupenda redondez de los contornos, dotados de gracia y esbeltez y
trazados con esa bella proporción que se ve en los desnudos, los cuales, para
mostrar los extremos de perfección de su arte, hizo de todas las edades,
diferentes de expresión y de forma, tanto en el rostro como en las líneas
generales, siendo los miembros de unos más esbeltos y los de otros más gruesos.
También merece apreciarse la belleza de las diversas actitudes de esos
personajes sentados, que se dan vuelta y sostienen guirnaldas de hojas de roble
y bellotas, las cuales son el emblema del Papa Julio y simbolizan que en aquella
época y bajo su gobierno fue la Edad de Oro, pues no había entonces en Italia
las miserias que conoció después.
;Cuando se inauguró la capilla, todo el mundo corrió a verla, llegando de
todas partes, y quienes la veían quedaban atónitos y mudos. Exaltado el Papa por
esto y estimulado a realizar mayores empresas, remuneró a Miguel Ángel con
dinero y ricos obsequios. El artista, refiriéndose a los favores que le hizo
aquel Papa tan grande, solía decir que con ellos demostraba apreciar mucho su
talento, y que si alguna vez lo trataba mal, reparaba esto con obsequios y
favores señalados, como ocurrió cuando Miguel Ángel le pidió permiso para ir a
Florencia el día de San Juan y le pidió dinero para el viaje. «¿Y la capilla -le
dijo el Papa- cuándo la terminarás?». «Cuando pueda, Santo Padre.» El Papa, que
tenía una maza en la mano, golpeó a Miguel Ángel exclamando: «¡Cuando pueda!
¡Cuando pueda! ¡Yo te la haré terminar!». Pero cuando el artista volvió a su
casa para prepararse para ir a Florencia, el Papa envió a Cursio, su camarero, a
entregarle quinientos escudos y llevarle excusas, porque temía que hiciera de
las suyas. Y como Miguel Ángel conocía el carácter del Papa y en suma, le tenía
cariño, se reía porque veía que al final, esos incidentes le resultaban
beneficiosos y que el Papa hacía todo lo posible por conservar su amistad. ;
;Acabada la capilla, ordenó el Papa al cardenal Santiquattro y al cardenal
Aginense, su sobrino, que, en caso de morir él, hicieran terminar su mausoleo en
proporciones más modestas que el primer proyecto. Miguel Ángel volvió a este
trabajo con el deseo de concluirlo sin nuevos impedimentos, pero le dio más
disgustos, molestias y fatiga que ninguna de sus demás obras, y durante mucho
tiempo motivó que se le tachara de ingrato hacia ese Papa que tanto lo había
amado y favorecido. Mientras se ocupaba del mausoleo, trabajando continuamente
en él, ordenaba sus dibujos para poder seguir las pinturas de la capilla, pero
quiso la envidiosa suerte que de aquel monumento que había tenido tan perfecto
comienzo no se realizara el fin, pues acaeció entonces la muerte del Papa Julio,
y la obra se abandonó al ser elegido el Papa León X, el cual, no menos
espléndido que Julio por su espíritu y sus méritos, deseaba dejar en su patria
-por ser el primer Sumo Pontífice allí nacido- en memoria de sí y de un artista
divino, su conciudadano, maravillas tales como las que podía hacer realizar
príncipe tan magnífico como él.
;Dio, pues, orden de que se hiciera la fachada de San Lorenzo de Florencia,
iglesia edificada por la familia de los Médicis. Ello motivó la suspensión del
trabajo de la sepultura de Julio pues el Papa pidió a Miguel Ángel opinión y
proyectos haciéndole saber que sería encargado de dirigir aquella obra. Miguel
Ángel opuso toda la resistencia posible, alegando estar comprometido con
Santiquattro y Aginense para hacer la sepultura, pero el Sumo Pontífice contestó
que no pensara en ello, que ya había tomado sus providencias y obtenido que el
artista fuera autorizado por los prelados, a quienes había prometido que Miguel
Ángel seguiría trabajando en las esculturas para el mausoleo en Florencia. Todo
esto causó desagrado tanto a los cardenales como a Miguel Ángel, que se fue muy
afligido.
;Después hubo una cantidad de entredichos, porque muchas personas hubieran
deseado participar de la obra de la fachada y para su arquitectura concurrieron
muchos artífices en Roma, ante el Papa, haciendo proyectos Baccio d'Agnolo,
Antonio da San Gallo, Andrea y Iacopo Sansovino y el gracioso Rafael de Urbino,
que más tarde fue con el Sumo Pontífice a Florencia con tal objeto. Miguel Ángel
resolvió, pues, hacer un modelo, sin admitir que nadie le fuera superior o
pudiera servirle de guía en las cosas de la arquitectura. Pero el hecho de que
rechazara toda ayuda fue motivo para que ni él ni los demás trabajasen; los
maestros, desesperados, volvieron a sus acostumbradas tareas y Miguel Ángel se
fue a Carrara.
;Cuando Miguel Ángel volvió a Florencia, perdió mucho tiempo haciendo esto y
aquello, y entre otras cosas ejecutó para el palacio de los Médicis un modelo de
las ventanas con rejas voladizas que están en las habitaciones de la esquina y
en que Giovanni da Udine hizo sus estucos pintados, que merecen mucha alabanza.
También hizo ejecutar, bajo su dirección, por el orfebre Piloto aquellas
celosías de cobre perforado que por cierto son admirables. Dedicó Miguel Ángel
muchos años a escoger mármoles. Cierto es que, mientras éstos eran sacados de la
cantera, ejecutó modelos en cera y otras materias para la obra. Pero tanto se
prolongó esa empresa, que los dineros destinados por el Papa para el trabajo
fueron consumidos por la guerra de Lombardía. Luego, al morir León, la obra
quedó inconclusa, pues lo único que se hizo fue poner las fundaciones para alzar
la fachada y llevar de Carrara una columna grande de mármol a la plaza San
Lorenzo.
;La muerte de León desorientó profundamente a los artistas en Roma y en
Florencia, y, mientras vivió Adrián VI, Miguel Ángel permaneció en esta última
ciudad, ocupándose de la sepultura de Julio. Pero fallecido Adrián y elegido
Clemente VII -tan deseoso como León y otros de sus predecesores de tener
renombre como protector de las artes-, en el año 1525 fue llevado Giorgio Vasari,
siendo niño, a Florencia por el cardenal de Cortona, y puesto con Miguel Ángel
para aprender el arte. Mas cuando Miguel Ángel fue llamado a Roma por el Papa
Clemente VII, para quien había comenzado la biblioteca de San Lorenzo y la
sacristía nueva en que debía erigirse la sepultura de mármol de sus mayores, se
resolvió que Vasari fuera a estudiar con Andrea del Sarto durante su ausencia.
Miguel Ángel mismo fue al taller de Andrea a recomendarlo.
;Partió apresuradamente Miguel Ángel para Roma, donde, discutiendo muchas
cosas con el Papa, resolvieron concluir la sacristía y la biblioteca nueva de
Florencia. Partió, pues, de la Ciudad Eterna y proyectó la cúpula que allí se
ve, haciéndola labrar de composición variada. Al orfebre Piloto le hizo
confeccionar una bola, de setenta y dos facetas, que es bellísima. Y mientras se
construía la cúpula, algunos de sus amigos le dijeron a Miguel Ángel: «Deberías
hacer tu linterna muy distinta de la de Filippo Brunelleschi». Y él les
contestó: «Muy distinta puede hacerse, pero mejor no». En el interior hizo
cuatro sepulturas, como adorno de las paredes, para los restos de los padres de
los dos Papas, Lorenzo el Viejo y su hermano Julián, así como para Julián, el
hermano de León y para el duque Lorenzo, su sobrino. Y quiso hacer una imitación
de la Sacristía vieja, construida por Filippo Brunelleschi, pero con otra clase
de ornamentos, de modo que realizó una decoración compósita, de la manera más
variada y original que jamás hayan podido idear los maestros antiguos y
modernos. Porque las bellas cornisas, los capiteles, los basamentos, las
puertas, los tabernáculos y las sepulturas son muy distintos de lo que
generalmente se hacía de acuerdo con módulos, órdenes y reglas, siguiendo a
Vitruvio y la Antigüedad. Esta licencia ha estimulado mucho a quienes vieron su
obra, incitándolos a imitarlo, y nuevas fantasías se han visto después, más
conformes con el estilo grotesco que con la razón o la regla.
;De ahí que los artistas le deban infinita y perpetua gratitud, porque rompió
los lazos y las cadenas de las cosas que ellos ejecutaban invariablemente,
siguiendo el camino trillado. Pero luego hizo una demostración mejor, en la
biblioteca de San Lorenzo, en el mismo lugar, por la hermosa disposición de las
ventanas, las divisiones del techo y la maravillosa entrada del vestíbulo. Nunca
se vio gracia más completa en el todo y en las partes, como la hay en las
ménsulas, los tabernáculos y las cornisas, ni escalera más cómoda, en que hizo
tan curiosas divisiones de escalones, y se alejó tanto del uso común, que todo
el mundo se asombró.
;En aquella época envió a Pietro Urbano Pistolese, su discípulo, a Roma, para
que ejecutara un Cristo desnudo que sostiene la cruz. Es ésta una figura
admirable, que fue puesta en la Minerva, al lado de la capilla mayor, por Messer
Antonio Metelli. Más o menos en ese momento se produjo el saqueo de Roma, y
fueron expulsados de Florencia los Médicis. El gobierno florentino, con motivo
de ese cambio, proyectó fortificar la ciudad y designó a Miguel Ángel comisario
general de las fortificaciones. Por lo tanto, en varios lugares proyectó obras
de defensa para la ciudad y rodeó con bastiones la clina de San Miniato.
;No la fortificó con parapetos de tierra y fascinas, como se acostumbra, sino
que hizo poner debajo armazones de madera de castaño y roble, y otros buenos
materiales, y en vez de terrones dispuso que se colocaran ladrillos crudos
hechos con estopa y estiércol y cuidadosamente alisados. Luego fue enviado por
la Señoría de Florencia a Ferrara, para ver las fortificaciones del duque
Alfonso I y su artillería y municiones. Allí fue objeto de muchas cortesías por
parte de ese señor, quien le rogó que le hiciera, a su conveniencia, cualquier
obra de su mano, lo cual le prometió hacer Miguel Ángel. Aunque éste, a su
regreso, estuvo continuamente ocupado con las fortificaciones, pintó para el
duque, al temple, una Leda que resultó divina, como se dirá en su lugar, y
trabajó secretamente en las estatuas para las sepulturas de San Lorenzo.
;Permaneció seis meses en la colina de San Miniato, vigilando las
fortificaciones, porque si el enemigo capturaba ese punto, la ciudad estaba
perdida. De modo que puso la mayor diligencia en esa obra.
;En esa época hizo siete estatuas para la sacristía, algunas concluidas y
otras no. Considerando éstas y su arquitectura, preciso es admitir que superó a
todos los demás hombres en las tres profesiones, y lo atestiguan también
aquellas estatuas que fueron esbozadas y concluidas en mármol por él, y que se
ven en ese lugar.
;Entre las estatuas está una de la Virgen con la pierna derecha cruzada sobre
la izquierda, y en cuya rodilla más alta está a horcajadas el Niño, volviéndose
en actitud bellísima hacia su Madre para pedir el pecho. Ella sostiene al Niño
con una mano y, apoyándose en la otra, se inclina para satisfacerlo. Se reconoce
la perfección de la obra aunque no está terminada sino simplemente esbozada con
golpes de gradina. Pero lo que más maravilla a todo el mundo es que al proyectar
los mausoleos de los duques Julián y Lorenzo de Médicis, pensara que no bastaba
la tierra para darles honrosa sepultura en su grandeza, y quisiera que todas las
partes del mundo concurrieran a tales honras, por lo cual ideó para sus tumbas
cuatro estatuas, la Noche y el Día para uno, y la Aurora y el Crepúsculo para el
otro. Esas figuras son bellísimas de forma y actitud, y su musculatura está
tratada con gran arte. Bastarían, si se perdiera el arte escultórico, para
restituirlo a su prístino brillo.
;También hizo a los dos capitanes con armadura. Uno es el pensativo duque
Lorenzo, con la sabiduría pintada en el semblante, y de piernas tan hermosas que
el ojo no podría ver nada mejor. El otro es el duque Julián, tan altivo por la
postura de la cabeza y el cuello, con sus ojos hundidos, su perfilada nariz, su
boca entreabierta y tan divinos cabellos, manos, brazos, rodillas, pies y demás,
que no se cansa uno ni se sacia nunca de mirarlo. Verdaderamente, quien examina
la belleza de sus borceguíes y su coraza, lo considera celestial y no mortal.
;Mas ¿qué diré de la Aurora?, una figura de mujer desnuda capaz de hacer
brotar la melancolía del alma, en cuya actitud se reconoce que se está alzando,
soñolienta, de su lecho de plumas y, al despertar, encontrando cerrados los ojos
de aquel gran duque, se retuerce con desesperación, expresando inmenso dolor en
su perenne belleza. ¿Y qué decir de la Noche, estatua no sólo excepcional sino
única? ¿Quién ha visto jamás en los siglos estatuas antiguas o modernas hechas
de esa manera? En la Noche se expresa no sólo la quietud de quien duerme, sino
también el dolor y la melancolía de quien pierde algo muy respetado y grande.
Puede creerse que ésta es aquella Noche que obscureció a todos aquellos que
durante algún tiempo, en escultura y en dibujo, pensaron, no digo superarlo,
sino igualarlo. Esa figura es la expresión del sueño atormentado. Por eso,
personas muy sabias hicieron en su alabanza muchos versos en latín y en idioma
vulgar, como éstos, cuyo autor desconozco:
La Notte, che tu vedi in sì dolci atti
Dormire, fu da un Angelo scolpita
;In questo sasso; e, perchè dorme, ha vita:
;Destala, se no'l credi, e parleratti .
;A estos versos, Miguel Ángel contestó en nombre de la Noche diciendo:
;Grato mi è il sonno, e più l'esser di sasso;
;Mentre che il danno e la vergogna dura,
;Non veder, non sentir, m'è gran ventura;
;Però non mi destar; deh, parla basso!
;Mientras Miguel Ángel trabajaba con solicitud y amor grandísimos en tales
obras, empezó el sitio de Florencia, en el año 1529, razón por la cual no pudo
hacer mucho más, ya que los ciudadanos le encargaron fortificar, además de la
colina de San Miniato, la tierra llana. Había prestado mil escudos a la
República y era miembro de los Nueve de la milicia, un consejo de guerra.
Volvió, pues, todo su pensamiento y su voluntad hacia la tarea de completar las
fortificaciones, pero cuando el ejército puso asedio a la ciudad y poco a poco
se disiparon las esperanzas de recibir ayuda, a la vez que aumentaban las
dificultades de la defensa, parecióle que estaba en mala situación y, para
seguridad de su persona resolvió salir de Florencia y trasladarse a Venecia sin
dejarse reconocer por nadie en el camino.
;Partió, pues, secretamente por la ruta de la colina de San Miniato, sin que
nadie lo supiera, llevándose consigo a Antonio Mini, su discípulo, y al orfebre
Piloto, su fiel amigo. Y cada cual tenía ocultos en el forro del jubón cierto
número de escudos. Llegaron a Ferrara, donde descansaron; mas allí, debido a las
sospechas de tiempo de guerra y a la Liga del Papa y el Emperador, que asediaban
a Florencia, el duque Alfonso de Este había ordenado que los posaderos le
comunicaran secretamente el nombre y la nacionalidad de los forasteros a quienes
daban alojamiento.
;Ocurrió, pues, que a pesar del deseo de Miguel Ángel de no ser conocido, el
duque supo de su presencia, y se alegró porque se había hecho amigo suyo. Era
ese príncipe un gran espíritu, y mientras vivió deleitóse continuamente con el
talento. Envió inmediatamente a algunos de los principales de su corte para que
en nombre de Su Excelencia condujeran a Miguel Ángel a palacio, donde estaba el
duque. Tenían orden de llevarse los caballos y todas sus cosas, y de darles
excelente alojamiento en el palacio. Miguel Ángel se vio obligado a obedecer y a
dar lo que vender no podía, de modo que fue a presentarse al duque, aunque sin
sacar sus cosas de la hostería. El duque lo recibió con mucho agasajo, se quejó
de su retraimiento, le hizo obsequios valiosos y quiso retenerlo en Ferrara,
ofreciéndole buenas condiciones. Pero Miguel Ángel no quiso quedarse, porque ya
estaban decididos sus proyectos. El duque le pidió que por lo menos permaneciera
en Ferrara por la duración de la guerra y nuevamente le ofreció todo lo que
podía hacer por él. Miguel Ángel, no queriendo ser superado en cortesía, le
agradeció mucho y volviéndose hacia sus dos compañeros dijo que había llevado a
Ferrara doce mil escudos y que, si el duque los necesitaba, los ponía a su
disposición. El duque lo llevó a recorrer el palacio, como había hecho en la
oportunidad anterior, y le mostró todo lo bello que poseía, inclusive un retrato
suyo, de mano de Tiziano, que fue muy alabado por el artista florentino. Empero,
el duque no pudo retenerlo en palacio, pues quiso volverse a la posada. Pero el
posadero recibió secretamente instrucciones del duque para que lo tratara con
las mayores atenciones y no le cobrara el alojamiento cuando estuviera por irse.
De Ferrara, Miguel Ángel fue a Venecia, donde muchos gentileshombres expresaron
el deseo de conocerlo y él, que nunca tuvo muchas ilusiones acerca de la
comprensión artística de los grandes, salió de la Giudecca, donde se alojaba, y,
según dicen, proyectó entonces para aquella ciudad, a pedido del dux Gritti, el
puente del Rialto, notable por la invención y el adorno.
;Fue reclamado Miguel Ángel con gran insistencia por su patria, y se le
recomendó empeñosamente que no abandonara su empresa, enviándosele un
salvoconducto. Finalmente, vencido por el cariño, no sin peligro de su vida,
regresó. Y a la sazón concluyó la Leda que, como ya se dijo, hizo a pedido del
duque Alfonso, la cual fue llevada luego a Francia por Antonio Mini, su
discípulo. También restauró el campanario de San Miniato.
;Hecha la paz, Baccio Valori, comisario del Papa, fue encargado de detener y
encerrar en el Bargello a algunos de los ciudadanos más comprometidos, y el
tribunal hizo buscar a Miguel Ángel en su casa, mas éste, que se lo sospechaba,
se había refugiado secretamente en el hogar de un amigo suyo, donde estuvo
oculto durante muchos días. Pasada la furia, el Papa Clemente recordó el talento
de Miguel Ángel y dispuso que lo buscaran, que no le dijeran nada y que le
pagaran la pensión acostumbrada, para que siguiera trabajando en la obra de San
Lorenzo. Tranquilizado, Miguel Ángel, para conquistar la amistad de Baccio
Valori, comenzó para él una figura de tres braccia de alto, en mármol: era un
Apolo sacando una flecha del carcaj, que hoy se encuentra en la cámara del
príncipe de Florencia: es notabilísimo, aunque no está del todo terminado. ;
;En esa época, el duque Alfonso de Ferrara, enterado de que Miguel Ángel había hecho una obra muy bella, y deseoso de no perder tal joya, envió al escultor un gentilhombre que fue a verlo en Florencia y le presentó credenciales de aquel señor. Miguel Ángel lo acogió cortésmente y le mostró la Leda que había pintado abrazando al cisne, así como a Cástor y Pólux saliendo del huevo: una gran pintura al temple, hecha con primor.
;El emisario del duque, por lo que había oído celebrar a Miguel Ángel,
pensaba que debía de haber hecho una obra muy importante, y como no reconoció el
arte y la excelencia de aquella figura, le dijo al artista: «¡Pero esto es muy
poca cosa!» Entonces le preguntó Miguel Ángel cuál era su oficio, sabiendo que
nadie mejor que los profesionales puede dar opinión acerca de una obra. El
enviado sonrió y contestóle: «Yo soy negociante», pensando que Miguel Ángel no
advertía que era gentilhombre, burlándose de la pregunta y, a la vez,
manifestando desprecio por la industria de los florentinos. Miguel Ángel, que
entendió muy bien la intención del gentilhombre, le contestó en el acto: «Pues
haréis esta vez un mal negocio para vuestro señor; salid de aquí». Y como, en
esos días, Anton Mini, su discípulo, que tenía dos hermanas a punto de casarse,
le pidió la Leda, Miguel Ángel se la obsequió junto con la mayor parte de los
cartones y dibujos que había hecho y que eran divinos. Eran en conjunto dos
cajas de proyectos, con gran número de cartones listos para ejecutar las
pinturas y algunas obras concluidas. Mini tuvo el capricho de irse a Francia y
se llevó todo consigo. La Leda la vendió al rey Francisco, por mediación de
negociantes, y hoy se encuentra en Fontainebleau. Los dibujos y cartones
tuvieron mala suerte, pues Mini murió poco después y las obras de Miguel Ángel
fueron robadas. Así quedó privado este país de tantos y tan útiles esfuerzos;
fue una pérdida inestimable. A Florencia ha vuelto después el cartón de la Leda:
lo tiene Bernardo Vecchietti, así como cuatro trozos de cartones de la capilla,
con desnudos y profetas, traídos por el escultor Benvenuto Cellini y que hoy
pertenecen a los herederos de Girolamo degli Albizi.
;Tuvo que ir Miguel Ángel a Roma, para ver al Papa Clemente, quien estaba
irritado con él, pero como amigo del talento le perdonó todo, y le dio orden de
volver a Florencia para terminar completamente la biblioteca y la sacristía.
Para apresurar la obra, encargó una infinidad de estatuas que debían colocarse
allí, a otros maestros. Estaba Miguel Ángel por ponerse a trabajar en las
estatuas cuando el Papa quiso que volviera a su lado, para pintar el testero de
la capilla de Sixto, en que ya había pintado el techo para Julio II, su sobrino.
En esa pared, quería Clemente que pintase el Juicio Final, para mostrar todo lo
que puede producir el arte del dibujo. Y en la otra pared, sobre la puerta
principal, deseaba el Sumo Pontífice que Miguel Ángel pintara a Lucifer arrojado
del cielo a causa de su soberbia y precipitado en el Infierno junto con todos
los Ángeles que con él pecaron. Se ha sabido que años atrás Miguel Ángel había
hecho ya varios bocetos de esas composiciones, uno de los cuales fue realizado
en la iglesia de la Trinidad, en Roma, por un pintor siciliano que sirvió a
Miguel Ángel durante muchos meses preparándole los colores.
;En 1533 murió el Papa Clemente y, por consiguiente, se interrumpió en Florencia la construcción de la sacristía y la librería que quedaron sin concluir, aunque con tanto empeño se había intentado terminarlas. Pensó entonces Miguel Ángel quedar completamente libre para poner fin a la sepultura de Julio II, pero cuando fue elegido Pablo III, no tardó mucho tiempo en hacerle llamar y le pidió que se pusiera a su servicio, haciéndole mil agasajos y ofrecimientos. Declinó Miguel Ángel la proposición diciendo que estaba obligado, por contrato con el duque de Urbino, a terminar el mausoleo de Julio. Se encolerizó el Papa y le dijo: «He tenido este deseo durante treinta años, y ahora que soy Papa ¿no lo conseguiré? Romperé el contrato y estoy decidido a que me sirvas de cualquier modo». Viendo esta determinación, Miguel Ángel tuvo deseo de irse de Roma y encontrar algún medio de concluir la sepultura. Pero temeroso, como hombre prudente, de la autoridad del Papa, intentó entretenerlo con promesas, viéndolo tan anciano, hasta que ocurriera alguna novedad.
;El Papa, que quería hacerle realizar a Miguel Ángel alguna obra destacada,
fue un día a visitarlo en su casa, en compañía de diez cardenales, y quiso ver
todas las estatuas del mausoleo de Julio, que le parecieron milagrosas,
especialmente el Moisés, del cual dijo el cardenal de Mantua que esa figura sola
bastaba para honrar al Papa Julio. Viendo los cartones y dibujos que preparaba
para las paredes de la capilla, y que le parecieron estupendos, el Sumo
Pontífice de nuevo pidió con insistencia a Miguel Ángel que se pusiera a su
servicio, prometiéndole lograr que el duque de Urbino se conformara con tres
estatuas, encargándose a otros maestros excelentes la tarea de ejecutar las
restantes según sus modelos. Medió, pues, Su Santidad ante los agentes del duque
y se hizo un nuevo contrato, confirmado por ese príncipe, y Miguel Ángel se
comprometió espontáneamente a entregar las tres estatuas y hacerlas colocar,
para lo cual depositó en el Banco de los Strozzi mil quinientos ochenta ducados,
cosa que hubiera podido eludir, pero que hizo, contento de verse librado de tan
larga y desagradable empresa. El monumento fue ejecutado del siguiente modo en
San Piero in Vincola:
;En el primer basamento tallado hizo cuatro pedestales que sobresalían
bastante, pues originalmente quería colocar un esclavo en cada pedestal; pero
los reemplazó por cariátides. Y porque la parte baja resultaba pobre, hizo por
cada cariátide una ménsula puesta del revés sobre el pedestal. Entre las
cariátides hay tres nichos, dos de los cuales son redondeados y estaban
destinados a recibir a las Victorias. Pero en cambio puso allí la figura de Lía,
hija de Labán, para representar la vida activa, con un espejo en una mano para
simbolizar la consideración que se debe a nuestros actos, y en la otra mano una
guirnalda de flores, emblema de las virtudes que exornan nuestra vida y hacen
gloriosa la muerte. En el otro nicho colocó la figura de Raquel, hermana de Lía,
como representación de la vida contemplativa, con las manos juntas, arrodillada,
y la expresión de la elevación espiritual en el rostro. Miguel Ángel talló esas
estatuas en menos de un año. En el medio hay un nicho cuadrado que
primitivamente debía ser una puerta y delante del cual Miguel Ángel puso sobre
un cubo de mármol la grandísima y bellísima efigie de Moisés.
;Resolvióse Miguel Ángel porque no podía hacer de otro modo, servir al Papa
Pablo, quien quiso que prosiguiera el trabajo encargado por Clemente, sin
alterar nada de las ideas y el concepto que le había sido expuesto, pues
admiraba el talento del artista por quien tenía tanto amor y respeto, que sólo
trataba de complacerlo, como se demostró cuando Su Santidad expresó el deseo de
poner sus armas debajo del Jonás, en la capilla, donde estaban antes las armas
de Julio II, y Miguel Ángel no quiso ponerlas para no ser injusto con la memoria
de Julio y de Clemente. Su Santidad se declaró satisfecho, para no desagradarle
y bien supo apreciar el valor de ese hombre que siempre tendía a lo honesto y lo
justo, sin pensar en ceremonias ni adulaciones, cosa que los príncipes rara vez
encuentran.
;Había realizado ya Miguel Ángel más de las tres cuartas partes del Juicio
Final cuando fue a verlo el Papa Pablo. Y Messer Biagio da Cesena, maestro de
ceremonias y persona escrupulosa, que estaba en la capilla con el Papa,
interrogado acerca de su parecer sobre la obra, dijo que era muy escandaloso, en
un lugar tan sagrado, haber hecho tantos desnudos que tan deshonestamente
muestran sus vergüenzas y que no era obra para la capilla del Papa sino para una
casa de baños o una hostería. Disgustó esto a Miguel Ángel y queriendo vengarse,
apenas se fue Biagio pintó su retrato, de memoria, poniéndolo en el Infierno
como imagen de Minos, con una gran serpiente enroscada en las piernas y sobre un
montón de diablos. Fue inútil que Biagio pidiera al Papa y a Miguel Ángel que se
borrase su retrato, pues lo dejó allí como recuerdo, donde aún se ve.
;Ocurrió en esa época que Miguel Ángel se cayó del andamio en que trabajaba
en esa obra, colocado a no poca altura, y se lastimó una pierna, pero en su
sufrimiento y su cólera no quiso ser atendido por nadie. Vivía entonces el
maestro Baccio Rontini, florentino, amigo suyo, excelente médico y aficionado a
las artes. Se compadeció de Miguel Ángel y fue un día a golpear a la puerta de
su casa y como nadie le contestó entró por una puerta excusada y pasando de
habitación en habitación llegó hasta donde estaba el artista muy malparado. El
maestro Baccio no quiso abandonarlo ni alejarse de su lado hasta que se repuso
completamente.
;Volvió Miguel Ángel a la obra y en pocos meses la terminó, dando tanta
fuerza a su pintura que verificó el dicho de Dante: Muertos los muertos, vivos
parecen los vivos. Mostró en ese fresco la miseria de los condenados y la
alegría de los bienaventurados. Cuando se descubrió ese Juicio, Miguel Ángel no
sólo resultó vencedor de los primeros artistas que habían tratado ese tema, sino
que superó su propia obra del techo de la Sixtina que le había dado tanto
renombre. Supo imaginar el terror de esos días y para mayor castigo de quienes
no han vivido bien, representó toda la Pasión de Jesucristo, haciendo llevar en
los aires la cruz, la corona de espinas, la lanza, la esponja, los clavos y la
columna por varias figuras desnudas en diversas actitudes, muy difíciles de
ejecutar a pesar de la soltura con que están hechas. Allí está Cristo sentado
volviendo su rostro terrible hacia los condenados, a los que maldice no sin
causar gran temor a la Virgen, que oyendo y viendo tanto desastre se tapa la
cara con el manto.
;En total, trabajó ocho años en esta obra, que fue descubierta en el año 1541
(según creo), el día de Navidad, causando estupor y maravilla a toda Roma y al
mundo entero. Yo, que ese año fui de Venecia a Roma para verla, quedé
estupefacto.
;El Papa Pablo había hecho edificar, como se dijo en la Vida de Antonio da
Sangallo, en el mismo piso una capilla llamada Paulina a imitación de la de
Nicolás V, en la cual resolvió que Miguel Ángel hiciera dos composiciones
grandes en dos rectángulos. Una debía ser la Conversión de San Pablo con un
Jesucristo y una multitud de Ángeles desnudos, en bellas actitudes en el aire,
y, en el plano de tierra, San Pablo aturdido y asustado por haber caído de su
caballo, y rodeado por sus soldados, que se ocupan unos de auxiliarlo mientras
otros, espantados por la voz y el esplendor de Cristo, huyen en diversas y
notables actitudes y movimientos de asombro y de pavor. Hay allí un caballo que,
al huir, parece arrastrar en su carrera loca al jinete que trata de frenarlo.
Toda esa composición está realizada con arte y dibujo extraordinarios. La otra
pintura representa la Crucifixión de San Pedro, el cual, desnudo, es clavado en
la cruz. Es ésta una notable figura y junto a San Pedro, los crucificadores que
han hecho un hoyo en el suelo, intentan alzar la cruz de modo que su víctima
quede cabeza abajo. En esta pintura puso Miguel Ángel muchas ideas notables y
bellas. El artista sólo cuidaba de la perfección del arte, pues no hay en esas
pinturas ni paisajes, ni árboles, ni edificios y faltan ciertas menudencias y
exquisiteces de la pintura, de que nunca se ocupó porque quizá no quería rebajar
su genio dedicándose a tales cosas.
;Fueron éstas sus últimas pinturas, ejecutadas cuando tenía setenta y cinco
años, y según me dijo, las hizo con gran esfuerzo. Porque la pintura, después de
cierta edad -y máximamente la pintura al fresco-, no es arte para ancianos. ;
;El Papa Pablo había empezado a fortificar el Borgo, y realizó una
conferencia con muchos señores y con Antonio da Sangallo, a la cual quiso que
asistiera Miguel Ángel, pues sabía que él había dirigido la fortificación de la
colina de San Miniato en Florencia. Después de largo debate, se pidió la opinión
de Miguel Ángel. Éste, que disentía con Sangallo y muchos otros, lo dijo
francamente. Sangallo repuso que Miguel Ángel no sabía de fortificaciones, pues
su arte era la pintura y la escultura. Y Miguel Ángel le contestó que de esto
último sabía poco, pero que en materia de fortificaciones, habiéndoles dedicado
mucho pensamiento y teniendo considerable experiencia por lo que ya había
realizado, creía saber más de lo que nunca habían sabido Sangallo y todos los
suyos. Luego, en presencia de los demás, le mostró los numerosos errores que
había cometido. Arreció el cambio de palabras a tal punto que el Papa tuvo que
imponer silencio. Pero no pasó mucho tiempo sin que Miguel Ángel llevara al Sumo
Pontífice el proyecto completo de la fortificación del Borgo, que abrió los ojos
a todo lo que se ha proyectado y hecho después. Ello dio motivo para que el
portón de Santo Spirito, proyectado por Sangallo y que estaba a punto de
terminarse, quedara inconcluso.
;El espíritu y el talento de Miguel Ángel no podían quedar inactivos. Y como
no podía pintar, se puso a tallar en un bloque de mármol cuatro figuras de bulto
entero y tamaño mayor que el natural, que formaban un Descendimiento. Lo hizo
por placer, para pasar el tiempo, y como decía, porque el ejercicio del martillo
lo mantenía sano de cuerpo. El Cristo descolgado de la cruz está sostenido por
Nuestra Señora, y debajo de él, en actitud de esfuerzo, están Nicodemo, de pie,
y una de las Marías, que auxilia a éste porque las fuerzas abandonan a la Madre,
vencida por el dolor, que no puede sostenerse. No se puede ver cadáver semejante
al de este Cristo yerto, de miembros abandonados en una actitud completamente
distinta de cuantas se hicieron jamás: obra difícil, excepcional en escultura y
verdaderamente divina, que quedó sin terminar y tuvo muchas desgracias. Miguel
Ángel se había propuesto que sirviera para su sepultura, al pie de ese altar en
que pensaba colocarla.
;Ocurrió que en el año 1546 falleció Antonio da Sangallo, y faltando quien
dirigiera las obras de San Pedro, hubo diversos pareceres acerca de quien debía
recibir el encargo. Finalmente Su Santidad, creo que inspirada por Dios,
resolvió llamar a Miguel Ángel, a quien propuso que ocupara el puesto de
Sangallo, cosa que aquél declinó diciendo para eludir esa responsabilidad que la
arquitectura no era su especialidad. Finalmente, como los ruegos no daban
resultado, el Papa le ordenó que aceptara. Así, con sumo desagrado y contra su
voluntad, Miguel Ángel tuvo que acometer la empresa.
;Un día fue a San Pedro a ver el modelo en madera, hecho por Sangallo, y
examinar el estado de las obras y allí encontró a toda la tribu sangallesca,
cuyos miembros, acercándose a él lo mejor que pudieron, le expresaron su alegría
de que le hubiesen encargado la dirección de esa obra, agregando que ese modelo
era una pradera en que nunca se terminaría de pacer. «Decís verdad», contestó
Miguel Ángel, significando con ello (como declaró luego a un amigo) que eso
valía para las ovejas y los bueyes, que no entienden de arte. Luego manifestó
públicamente que Sangallo había proyectado un edificio ciego, desprovisto de luz
y en cuya parte exterior había demasiados órdenes de columnas, unos encima de
otros, y tantos resaltos, agujas y quebraduras de miembros, que más parecía obra
tudesca que buen estilo antiguo o elegante y bella construcción moderna. Agregó
que se podían ahorrar cincuenta años y más de trescientos mil escudos,
realizando la obra con mayor majestad y grandeza, y más fácilmente, con mejor
estilo y superior belleza y comodidad. Y lo demostró luego en un modelo que hizo
para reducir el edificio a la forma en que hoy se ve, evidenciando que lo que
decía era la pura verdad. Ese modelo le costó veinticinco escudos y fue
construido en quince días. Para hacer el suyo, Sangallo necesitó varios años y
gastó cuatro mil escudos. De lo cual y de otras cosas, se deduce que aquella
construcción había sido para Sangallo un negocio provechoso que se prolongaba
con la intención de no ponerle fin, sino de conservarlo para su explotación.
;El Papa hizo un motu proprio por el cual lo nombró director de toda esa obra
con total autoridad para hacer y deshacer, aumentar, reducir y modificar a su
gusto cualquier cosa, y quiso que el cuerpo de administradores dependiese de su
voluntad. Y Miguel Ángel, viendo tanta confianza del Papa quiso, para demostrar
su desinterés, que en el motu propio se declarase que iba a hacer esa obra por
el amor de Dios y sin recompensa alguna. Sin embargo, el Papa le había dado
antes la renta del peaje del río en Parma, que representaba seiscientos escudos,
beneficio que perdió al morir el duque Pier Luigi Farnese. En cambio, le dieron
una cancillería de Rímini, de menor valor, cosa que no pareció preocuparle.
Aunque el Papa le envió muchas veces dinero, en carácter de pensión, nunca quiso
aceptarlo, como lo atestiguan Messer Alessandro Ruffini, que entonces era
camarero del Papa, y Messer Pier Giovanni Aliotti, obispo de Forli.Finalmente el
Papa aprobó el modelo que había hecho Miguel Ángel, reduciendo el tamaño de la
basílica, pero dándole mayor grandiosidad para satisfacción de todos aquellos
que tienen buen juicio, por mucho que algunos que pretenden ser entendidos (pero
en realidad no lo son) no lo han aprobado.
;Deseaba el pueblo romano con el beneplácito del Papa, dar forma bella, útil
y cómoda al Capitolio y adornarlo con órdenes, puertas, rampas, gradas y
estatuas antiguas. Pidióse al respecto el consejo de Miguel Ángel, el cual hizo
un proyecto suntuoso y bello.
;Cuando vivía Sangallo, el Papa Pablo III le había encargado que llevara
adelante las obras del palacio Farnesio y cuando se trató de colocar el cornijón
para terminación del techo por la parte de afuera, quiso que Miguel Ángel
proyectara y dirigiera esa construcción. El artista, que no podía negarle nada a
ese Pontífice que lo estimaba y quería tanto, hizo hacer de madera un modelo del
cornijón, de seis braccia o sea el tamaño de ejecución, y ordenó que se colocara
en el palacio, en el lugar correspondiente. Gustóle el modelo al Papa y a todos
los romanos, y luego fue puesto el cornijón, tal como se ve hoy, resultando el
más hermoso y original de cuantos se han hecho, antiguos o modernos. También
quiso el Papa, cuando murió Sangallo, que Miguel Ángel tuviera la dirección de
las obras del palacio Farnesio.
;En el año 1549 murió el Papa Pablo III y fue elegido Julio III. El cardenal
Farnesio ordenó a Fray Guillermo la ejecución de la sepultura del Pontífice
fallecido y el escultor dispuso que fuese colocada en San Pedro, bajo el primer
arco de la nueva iglesia, al pie de la tribuna, lo que por cierto no era su
lugar. Como Miguel Ángel dijo sensatamente que allí no podía ni debía ponerse la
sepultura, el fraile le tomó odio creyendo que lo hacía por envidia, pero más
tarde se ha dado cuenta de que Miguel Ángel tenía razón, y él estaba equivocado.
Tuvo la oportunidad de hacer la obra pero no la concluyó, como se dirá
oportunamente.
;En 1550 fui yo a servir a Julio III, feliz de tal empleo que me acercaba a
Miguel Ángel. Éste deseaba que la sepultura de Pablo III fuera colocada en uno
de los nichos en que hoy está la Columna de los Posesos, que era su verdadero
lugar, y yo logré que Julio III resolviera poner su mausoleo en el otro nicho y
en el mismo estilo que el del Papa fallecido. Pero el fraile hizo oposición, y
así la tumba que él debía hacer no se concluyó, y la otra nunca se hizo. Todo
eso lo había pronosticado Miguel Ángel.
;En esa época, Vasari estaba todos los días con Miguel Ángel, y cierta
mañana, el Papa dispuso, por bondad hacia ambos, concederles las indulgencias si
hacían a caballo la peregrinación a las siete iglesias, pues era en Año Santo.
Yendo de iglesia a iglesia, sostuvieron muy útiles y bellas conversaciones sobre
el arte y los oficios, y Vasari puso por escrito el diálogo, que publicará
oportunamente, junto con otras cosas de tema artístico. Ese año terminó Vasari
de publicar las Vidas de los Pintores, Escultores y Arquitectos en Florencia,
sin incluir la biografía de ninguno de los artistas vivientes aunque fueran
ancianos, con excepción de la de Miguel Ángel. Así le ofreció la obra, que
Miguel Ángel recibió con mucha alegría. Vasari había recibido mucha información
directamente de Miguel Ángel, como artista mayor y más prudente que era. Y no
transcurrió mucho tiempo sin que éste, habiendo leído el libro, le enviara el
siguiente soneto, escrito por él, que me es grato, en su memoria, transcribir en
este lugar:
;Se con lo stile e co'colori avete
;Alla natura pareggiato l'arte
;Anzi a quella scemato il pregio in parte,
;Che'l bel di lei più bello a noi rendete
;Poichè con dotta man posto vi sete
;A più degno lavoro, a vergar carte,
;Quel che vi manca, a lei di pregio imparte,
;Nel dar vita a altrui, tutto togliete,
;Che se secolo alcuno ormai contese
In far bell'opre, al men cedale, poi
Che convien ch'al prescritto fine arrive.
;Or le memorie altrui, già spente, accese
;Tornando, fate or che fien quelle e voi,
;Malgrado d'essa, eternalmente vive .
;Hízole trazar el Papa el modelo de una fachada para un palacio que Su
Santidad deseaba edificar al lado de San Rocco, queriendo servirse del mausoleo
de Augusto para el resto de la muralla. No es posible ver, como proyecto de un
frente, nada más variado, ni más adornado, ni más nuevo de factura y de estilo;
como ocurre con todas las obras de Miguel Ángel, que jamás se quiso someter a
ley antigua o moderna en las cosas de la arquitectura, como quien tiene genio
propio para idear siempre cosas nuevas y originales y no menos bellas. Este
modelo está hoy en poder del duque Cosme de Médicis, a quien fue obsequiado por
el Papa Pío IV cuando fue a Roma, y que lo conserva entre sus más preciados
tesoros.
;En la época de Pablo III y por orden de éste, Miguel Ángel había empezado la
restauración del puente de Santa María de Roma, que a causa de su vejez y por
efecto de las corrientes de agua estaba debilitado y parcialmente en ruinas.
Miguel Ángel dispuso que se hicieran nuevos cimientos y se reparasen los
pilares. Ya se había terminado una parte de la obra y se había gastado bastante
en madera y piedra para reforzar el puente cuando, en la época de Julio III, los
clérigos de Cámara congregados para ver cómo se concluía el trabajo propusieron
que se confiara a Nanni di Baccio Bigio, arquitecto, diciendo que realizaría la
tarea a destajo, en poco tiempo y con escaso gasto. Alegaron buenas intenciones
con respecto a Miguel Ángel, que de éste, siendo viejo no podía ocuparse de la
obra y debía ser aliviado, pues de seguir las cosas como antes, nunca se
acabaría el puente. El Papa, que no quería discusiones y no pensó en las que
vendrían después, dio autoridad a los clérigos de Cámara para que, como cosa
suya, se ocupasen del asunto. Éstos, sin prevenir a Miguel Ángel, encargaron el
trabajo, por contrato libre, a Nanni, que en vez de reforzar el puente y ponerle
las fundaciones nuevas que necesitaba, lo descargó vendiendo una gran cantidad
de bloques de travertino que lo hacían más fuerte, más seguro y más hermoso. Y
en cambio puso arena gruesa y argamasa, de modo que no se advertía ninguna falla
por dentro, mientras por fuera hizo parapetos y otras cosas para que pareciera
completamente reconstruido. Pero totalmente debilitado el puente, ocurrió cinco
años después, cuando la crecida de las grandes lluvias de 1557, que se arruinó
de tal manera que reveló el escaso juicio de los clérigos de Cámara y el daño
sufrido por Roma al no seguirse el consejo de Miguel Ángel. Éste predijo muchas
veces el derrumbamiento a sus amigos, inclusive a mí, pues recuerdo que cruzando
a caballo ese puente me decía: «Giorgio, este puente tiembla bajo nuestro peso;
hay que espolear a las monturas para que no se derrumbe mientras estamos
encima».
;Terminada la obra de Montorio, a mi completa satisfacción, regresé a
Florencia para servir al duque Cosme, en el año 1554. Dolióle a Miguel Ángel la
partida de Vasari, y lo mismo a Giorgio.Ya en tiempos de Pablo III, el duque
Cosme había enviado al Tribolo a Roma, para ver si éste podía convencer a Miguel
Ángel de que regresara a Florencia para concluir la sacristía de San Lorenzo.
Pero el artista se excusó diciendo que estaba demasiado viejo y no podía
soportar la fatiga del viaje.Cuando Miguel Ángel le escribió a Vasari,
informándole de que, muerto Julio III y elegido el Papa Marcelo, la secta que le
era contraria había comenzado a molestarlo, el duque Cosme, disgustado por todos
esos manejos, ordenó a Giorgio que le hiciera saber por escrito a Miguel Ángel
su deseo de que abandonara a Roma y fuera a vivir a Florencia, donde el duque
sólo deseaba tenerlo como consejero para hacer construcciones de acuerdo con sus
proyectos, sin que Miguel Ángel estuviese obligado a hacer nada con sus propias
manos. Messer Lionardo Marinozzi, camarero secreto del duque, le llevó cartas de
Su Excelencia y también de Vasari. Pero al fallecer Marcelo y ser elegido Pablo
IV, este Papa, cuando Miguel Ángel fue a besarle los pies, le hizo muchos
ofrecimientos con el deseo de que concluyera la edificación de San Pedro. Y el
artista determinó quedarse en Roma.
;Escribióle entonces a Giorgio pidiéndole que lo excusara ante el duque y
adujera como motivos que Miguel Ángel tenía su casa en Roma con muchas cosas
para su comodidad, que valían millares de escudos, y que además se hallaba
enfermo de arenillas, dolor de ijada y piedra, como todos los ancianos, pudiendo
atestiguarlo el maestro Eraldo, su médico, a quien tenía que agradecer, después
de debérsela a Dios, la vida. Por estas razones no podía ir a Florencia y,
además, no tenía otro deseo que el de morir.
;Entre tanto, supo Miguel Ángel que Pablo IV tenía intención de hacerle
corregir el Juicio Final de la Capilla Sixtina, pues decía que las figuras
mostraban sus vergüenzas de modo harto deshonesto. Cuando la voluntad del Papa
fue comunicada al artista, éste contestó: «Decidle al Papa que eso es cosa muy
insignificante, y fácilmente se puede arreglar; que arregle él el mundo, pues
las pinturas se arreglan muy pronto».
;Quitáronle a Miguel Ángel el beneficio de la cancillería de Rímini y nunca
quiso hablar de ello al Papa, que ignoraba el hecho; el copero pontificio se
propuso compensarlo haciéndole dar cien escudos por mes por cuenta de la Fábrica
de San Pedro, pero Miguel Ángel no aceptó el dinero cuando le llevaron a su casa
la primera mensualidad. Ese mismo año murió Urbino, su criado o, mejor dicho, su
compañero. Estaba con Miguel Ángel desde el año 1530, después del asedio de
Florencia y de la partida de Antonio Mini, su discípulo, para Francia. Sirvió
muy fielmente a Miguel Ángel, que, en esos veintiséis años, éste lo hizo rico y
le cobró tal cariño que durante su enfermedad, y aunque era anciano, el artista
lo atendió y de noche dormía vestido para poder cuidarlo. Al fallecer Urbino,
Vasari le escribió a Miguel Ángel para confortarlo, y éste le contestó la
siguiente carta:
;«Messer Giorgio, mi querido amigo: Mal puedo escribir, pero en respuesta a
vuestra carta diré algo. Sabéis cómo ha muerto Urbino: ha sido grandísima gracia
de Dios, aunque para grave daño e infinito dolor mío. La gracia ha consistido en
que, mientras en vida me mantenía vivo, muriendo me ha enseñado a morir, no con
disgusto sino con el deseo de la muerte. Lo he tenido veintiséis años y siempre
lo encontré excelente y fiel; y ahora que lo había hecho rico y esperaba que
sería bastón y descanso de mi vejez, lo he perdido, no quedándome otra esperanza
que la de volver a verlo en el Paraíso. Y de esto me ha mostrado el signo Dios,
por la felicísima muerte que él tuvo; que mucho más que morir le ha costado
dejarme en este mundo traidor con tantos afanes; así, la mayor parte de mí se ha
ido con él, y sólo me queda una infinita miseria. Me encomiendo a vos.»
Miguel Ángel estuvo ocupado durante el reinado de Pablo IV en las
fortificaciones de Roma, en diversos lugares. En la época en que el ejército
francés se acercó a Roma, el artista pensó que lo pasarían mal la ciudad y él,
de modo que en compañía de Antonio Francese da Castel Durante, que, al morir, le
había dejado Urbino para que lo sirviera, resolvió huir de Roma y secretamente
fue a las montañas de Spoleto, donde visitó algunos monasterios.
Cuando volvió a Roma, se entretuvo trabajando casi todos los días en aquella
Piedad de que ya se ha hablado, con las cuatro figuras, pero la rompió porque la
piedra tenía muchos defectos y era tan dura que a menudo el cincel le sacaba
chispa; además, el juicio de este hombre era tan severo que nunca se conformaba
con lo que hacía. El hecho es que terminó pocas figuras en su edad madura, pues
las que están acabadas fueron hechas por él cuando joven: por ejemplo, el Baco,
la Piedad de la Fiebre, el Coloso de Florencia y el Cristo de la Minerva. A
éstas, no es posible añadirles ni quitarles un grano de arena sin causarles
daño; las demás, que son las estatuas de los duques Julián y Lorenzo, la Noche,
la Aurora, el Moisés y las otras dos de la sepultura -once en total- quedaron
inacabadas. La Piedad, cuando quedó rota, la regaló a Francesco Bandini. Se
encuentra ahora en poder de Pierantonio Bandini, hijo de Francesco, en su viña
de Montecavallo. Pero volviendo a Miguel Ángel: fue preciso procurarle otro
trozo de mármol para que pudiera pasar el rato tallándolo. Pusieron un bloque en
que esbozó otra Piedad, distinta y más pequeña que la anterior.
;Entre tanto, Pirro Ligorio, arquitecto, que había entrado al servicio de
Pablo IV y trabajaba en San Pedro, molestaba a Miguel Ángel y andaba diciendo
que éste chocheaba. Escribió a la sazón el maestro -que ya contaba 81 años- a
Vasari, enviándole varios sonetos espirituales y diciéndole que llegaba al fin
de su vida y que, leyendo lo que había escrito, vería que estaba en su vigésima
cuarta hora y no tenía otro pensamiento que el de la muerte. Y uno de los
sonetos que le envió rezaba así:
;Llega ya el curso de la vida mía
;Con frágil leño en mar tempesteada,
;Al común puerto a dar, atribulada,
;Cuenta y razón de su obra triste o pía.
;Aquella afectuosa fantasía
;Que hizo del arte reina idolatrada,
;Conozco bien cuál fue de error cargada;
;Que el hombre sin querer su mal ansía.
;Pensamientos de amor, alegres, vanos,
;¿Qué son hoy si a dos muertes me avecino?
;De una estoy cierto, la otra me amenaza.
;Ni el pintar ni esculpir con estas manos
;Serena al alma, vuelta hacia el divino
;Amor que nos da cruz y nos abraza .
;Había llegado Miguel Ángel al punto en que, viendo que se trabajaba poco en
San Pedro y estaba adelantada gran parte del friso y de las columnas dobles del
exterior, que giran sobre el cornijón redondo, donde luego había de colocarse la
cúpula, fue alentado por sus mejores amigos -el cardenal di Carpi, Messer Donato
Gianotti, Francesco Bandini, Tomaso de Cavalieri y Lottino- para que hiciera por
lo menos el modelo de esa cúpula, cuya construcción se demoraba. Estuvo varios
meses sin decidirse a hacerlo, pero al fin comenzó el modelo, que hizo primero
en pequeño, de barro, para hacer ejecutar luego uno mayor, de madera, con la
ayuda de aquél y de los perfiles y las plantas que había dibujado anteriormente.
Este nuevo modelo fue hecho en poco más de un año, con mucho estudio y esfuerzo,
por el maestro Giovanni Franzese.
;Su terminación fue motivo de grandísima satisfacción, no sólo para sus
amigos, sino para toda Roma, pues señalaba la confirmación y puntualización de
aquella obra.
;Al morir Pablo IV y ser elegido el Papa Pío IV, éste hizo continuar las
obras del palacete del bosque de Belvedere a Pirro Ligorio, que seguía siendo
arquitecto palaciego. Pero también formuló muchos ofrecimientos y tributó
atenciones a Miguel Ángel. El motu proprio obtenido de Pablo III, Julio III y
Pablo IV acerca del edificio de San Pedro fue confirmado por el nuevo Pontífice,
que le devolvió una parte de las entradas y pensiones que le había retirado
Pablo IV, y lo empleó en muchas de sus construcciones. En San Pedro lo hizo
trabajar activamente durante su reinado. Se sirvió particularmente de Miguel
Ángel para un proyecto de sepultura del marqués Marignano, su hermano. Ésta
debía colocarse en la catedral de Milán, y su ejecución fue encargada por Su
Santidad al caballero Lione Lioni, excelentísimo escultor aretino, muy amigo de
Miguel Ángel. En aquella época, el caballero Lione hizo en medalla un retrato
muy viviente de Miguel Ángel y para complacerlo puso en el reverso a un ciego
guiado por un perro, con esta inscripción: DOCEBO INIQUOS VIAS TUAS, ET IMPII AD
TE CONVERTENTUR. Y como esta medalla le gustó mucho, Miguel Ángel le regaló un
modelo de un Hércules que lucha con Anteo, hecho de cera con sus propias manos,
así como algunos dibujos suyos. De Miguel Ángel no existen más que dos retratos
pintados: uno es obra de Bugiardino y el otro de Iacopo del Conte. También hay
uno de bronce en relieve entero, hecho por Daniello Ricciarelli, además de éste
del caballero Lione, del que se han hecho tantas copias, que he visto muchas
dentro y fuera de Italia.
;Cuando el Papa encargó a Miguel Ángel un proyecto para la Puerta Pía, el
artista le hizo tres, todos originales y bellísimos. Y el Sumo Pontífice eligió,
para hacerlo construir, aquel que costaba menos y que hoy se ve realizado para
gran alabanza de su autor. Y como el Papa quería que se restauraran las demás
puertas de Roma, le hizo muchos otros proyectos. También proyectó para el mismo
Papa la nueva iglesia de Santa Maria degli Angioli en las Termas de Diocleciano,
para convertirlas en templo para uso de los cristianos.
Un año antes de la muerte de Miguel Ángel, Vasari indujo secretamente al
duque Cosme a lograr, por intermedio de Messer Averardo Serristori, su
embajador, que el Papa hiciera vigilar a los que cuidaban del artista y
trabajaban en su casa, pues Miguel Ángel estaba muy viejo y si le ocurría algún
accidente, como suelen sufrirlos de pronto los ancianos, era preciso tomar
disposiciones acerca de sus cosas, dibujos, modelos, cartones, dinero y demás
bienes, que en caso de muerte debían ser inventariados y puestos en lugar
seguro, para entregarlos oportunamente sea a la Fábrica de San Pedro, si le
correspondían, o a la sacristía y biblioteca de San Lorenzo, en vez de
desaparecer, como a menudo sucede. Fue útil esta gestión, pues todo eso se
cumplió finalmente.
;Deseaba Leonardo, sobrino de Miguel Ángel, ir a Roma para la Cuaresma
siguiente, pues se adivinaba que el artista llegaba al fin de su vida. Y éste se
alegraba de la prometida visita cuando enfermó de una fiebre lenta y en el acto
hizo que Daniello le escribiera a su sobrino para llamarlo a su lado. Pero se
agravó su mal y en presencia de Messer Federigo Donati, su médico, y otros
amigos queridos que lo rodeaban, hizo con pleno conocimiento su testamento en
tres frases: dejaba su alma en las manos de Dios, su cuerpo a la tierra y sus
bienes a los deudos más próximos, pidiendo a los suyos que, al pasar de esta
vida, le recordasen el padecimiento de Jesucristo. Y así, el 17 de febrero del
año 1563, a las 23 horas, al uso florentino (que al romano sería 1564), expiró,
pasando a mejor vida.
;Diose sepultura a Miguel Ángel con reverentes exequias y con participación
de todos los artistas, sus amigos y la nación florentina. Sus restos fueron
depositados en Santo Apóstolo en presencia de toda Roma, y Su Santidad expresó
el propósito de hacerle construir un monumento funerario particular en la
basílica de San Pedro.
;Pero después de todos aquellos honores, el duque Cosme de Médicis ordenó que
los restos de Miguel Ángel fueran transportados a Florencia y que se les diese
sepultura honorable en Santa Croce, iglesia en que el artista deseaba descansar,
por estar allí las tumbas de sus mayores. A Leonardo, sobrino de Miguel Ángel,
que realizó el traslado de las cenizas con el consentimiento del Papa, Su
Excelencia donó todos los mármoles para el mausoleo, que fue proyectado por
Giorgio Vasari y encargado a Battista Lorenzi, notable escultor, junto con la
cabeza de Miguel Ángel. Y como han de ponerse tres estatuas, las de la Pintura,
la Escultura y la Arquitectura, una de éstas fue encargada a dicho Battista,
otra a Giovanni dell'Opera y la última a Valerio Cioli, escultores florentinos,
los cuales siguen trabajando en esas obras que pronto estarán terminadas y se
colocarán en su lugar. Recibidos los mármoles del duque, paga los gastos
Lionardo Buonarroti, pero Su Excelencia, para no dejar de tributar todas las
honras debidas a semejante hombre, hará colocar el monumento con su nombre y su
busto en la catedral, donde están los nombres y las efigies de los demás
florentinos excelentes.