Sebastiano Veneciano
Texto traducido de "las vidas de los mas excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos", descritas por Giorgio Vasari, Edición Torrentina de 1550.
Tanto se engaña nuestro discurso y la ciega prudencia humana, que a menudo
desea ardientemente lo contrario de lo que más nos conviene, y
queriendo señalarse (como dice el refrán popular) con un dedo se
da en el ojo. Que, así está
bien manifestado en una infinidad de cosas que parece, que lo tocamos
con la mano, sin embargo, la vida
que al presente queremos escribir, nos lo mostrará más claramente
con su ejemplo. Sea que la pública
y universal opinión de los hombres afirma absolutamente que los premios
y los honores enardecen y encienden los espíritus de los mortales al estudio
de estas artes que más se remuneran;
por el contrario que al no recompensar ampliamente a los artistas, les
conduce a la desesperación y consecuentemente a descuidar y abandonarlo.
Y para esto los antiguos y modernos
en conjunto echan la culpa, cuánto más pueden y saben, a todos
los príncipes que no animan a los virtuosos, de cualquier clase
o facultad, y no dan debidamente premios y honores a quien virtuosamente
lo trabaja. Llamándolos por
esto avaros, crueles y enemigos de la virtud, y si peor nombre pueden
encontrar, asignan a su miseria toda la del universo. Siendo
también que vemos en nuestros tiempos que la única liberalidad y magnificencia
esta es, del muy celebrado príncipe al cuál servía Sebastiano Veneziano,
muy excelente pintor, y que al remunerarlo demasiado alto, fue causa de
alentar que de industrioso se convirtiera en gandul y muy negligente.
Que mientras duró la competición
artística entre él y Raffaello de Urbino, trabajó continuamente
para no ser inferior en este arte, gozando de igualdad. Pero
hizo lo contrario puesto que tuvo como satisfacción, trabajar forzado
y con gran esfuerzo, al contrario con fuerza, y desviando el talento de
la mano que era su primera virtud, la
cual fue elogiada mientras la usó. Con
(dejando ahora hablar ya de los príncipes) esta disparidad
de vida se conoce el ciego juicio que razonaba, y
se comprende abiertamente que los talentos no deberían sufrir carencias,
ni tener extremos honores o ingresos excesivos: debiendo preocuparse más
por el honrado honor de las obras, que por la comodidad de la vida
epicúrea.
Dicen, que Sebastiano en Venecia en su primera juventud, se divirtió con mucha música de distintas suertes. Y como el laúd puede sonar en todas partes sin compañía, siguió usándolo junto con otras buenas cosas que tenía que le hacían honrar, y entre los gentilhombres de esta ciudad como virtuoso para conocer. Vino en voluntad de estudiar el arte de la pintura y con Giovan Bellino entonces viejo, hizo los comienzos del arte. Siendo que Giorgione de Castel Franco impuso en esta ciudad las formas de la manera moderna, con colores más uniformes y difuminados, y Sebastiano dejó a Giovanni, y marchó con Giorgione con el cual estuvo, hasta que tomándole la manera, tenía muchas cosas de Giorgione aunque también de Giovan Bellino.
Hizo en Venecia muchos retratos del natural, como es costumbre de esta ciudad. Al poco tiempo Agostin Chigi, gran mercader, que en Venecia hacía negocios, quiso llevar a Sebastiano a Roma, por su manera de tocar el laúd, y por su agradable conversación. No se cansó mucho en convencerlo, ya que había oído Sebastiano, cuan propicio era el aire de Roma a los pintores y a todas las personas listas. Marchose pues a Roma con Agostino y, llegados a aquélla, Agostino lo aplicó y le hizo hacer todos los arcos que están sobre la galería, que da al jardín donde Baldassarre Sanese había pintado el suyo; en esos arcos Sebastiano hizo cosas poéticas a la manera que había aprendido en Venecia, muy diferente a la que empleaban en Roma los pintores más importantes. El Raffaello había hecho en este mismo lugar una historia de Galatea, y Sebastiano no tardó en hacer un Polifemo (#) al fresco, al lado de aquella, queriendo elevarse lo más que podía, animado de la competencia de Baldassarre Sanese y luego de Raffaello.
Coloreó algunas cosas al óleo (Milanesi le atribuye algunas obras en ese momento, # #), tal como había aprendido con Giorgione esa forma suave de colorear, que en Roma fué muy apreciada.
Por este tiempo tenía en Roma Raffaello de Urbino en la pintura un renombre muy grande, y muchos amigos y seguidores suyos decían que las pinturas comparándolas con las de Miguel Ángel, tenían más color, más bonitas de inspiración y con aires más graciosos en los dibujos, careciendo de estas cualidades en el dibujo Miguel Ángel Buonaroti. Y por esta causa juzgaban a Raffaello en la pintura si no más excelente que él, cuando menos parecido, pero que en el color en cualquier caso lo pasaba. Estas opiniones mantenidas por muchos artistas, quienes preferían la gracia de Raffaello, a la profundidad de Miguel Ángel, estaban convencidos por interés favoreciendo más a Raffaello, que a Miguel Ángel.
Por lo que, interesándose el espíritu de Miguel Ángel hacia Sebastiano, pues le agradaba mucho el color de él, lo tomó bajo su protección, pensando que, si empleaba la ayuda en el dibujo de Sebastiano, podía con este medio, cambiar los que tenían tal opinión sin trabajar, juzgando desde la sombra como un tercero cual de ellos lo hacía mejor. Estos rumores fueron alimentados gran tiempo en muchas cosas que hizo Sebastiano, como cuadros y retratos, y se elevaban las obras suyas al infinito, por los elogios que le daba Miguel Ángel. Las cuales obras, además de serlo por belleza, dibujo y color, quienes juzgaban, en realidad creían las palabras dichas de Miguel Ángel. Llegó por este tiempo messer de Viterbo, que tenía mucha reputación ante el papa; y para su capilla, que en Viterbo se había hecho, en San Francisco, le pidió hacer a Sebastiano un Cristo muerto con la virgen llorándole. Miguel Ángel dibujó el cartón, y Sebastiano lo coloreó y con diligencia lo acabó; y en él hizo un paisaje oscuro, que se tuvo por muy bonito. (#) Esto le dió impulso y un gran crédito confirmando las declaraciones de quienes lo favorecían.
Tenía Pier Francesco Borgherini, mercader florentino, en San Pietro in Montorio, entrando en la iglesia a mano derecha, una capilla, que con el favor de Miguel Ángel le fue encargada a Sebastiano. Creía Sebastiano encontrar el buen método, para colorear al óleo la pared y que él lo podía hacer: preparando la pared de esta capilla con una mezcla en la incrustación del enyesado para de esta manera, desde la parte baja, donde Cristo de la columna, hacerla al óleo. Le hizo a Miguel Ángel dibujar en pequeño esta obra, y se juzga que el Cristo de la columna (#) está perfilado por él, por haber una enorme diferencia de las otras figuras a este. Si Sebastiano no hubiera hecho otra obra que ésta, ella sola merecería elogiarse eternamente. Entre las otras cosas de este trabajo hay algunos pies y manos muy bonitas. Y aún que su manera sea un poco dura, por el trabajo que le echaba a las cosas que hacía, se puede sin duda poner entre los mejores artistas. Se puede ver en el fresco sobre esta historia a los dos profetas, y la historia de la transfiguración en la bóveda (#). Pero los dos santos, San Pedro (#) y San Francisco (#), que los pone en medio de la historia de abajo, están muy vivos y bien trazados. Y aunque tardó apenas seis años para esta pequeña obra, le fué asignado por esto que tardaba demasiado en las cosas, por quienes rápido o tarde terminan perfectamente las obras, como él sin embargo, nunca se debe observar celeridad, ni tardanza en el trabajo. Basta que la belleza de las cosas aun del tiempo tardado se vuelvan perfectas, aunque tiene más ventaja y más elogios quien antes las acaba. Al descubrir esta obra Sebastiano, a algunos apenó mucho, haciendo callar a las malas lenguas, pocos luego le atacaron.
Raffaello había hecho para el Cardenal de Médicis una tabla, para enviarla a Francia, y que tras su muerte fue puesta en el altar mayor de San Piero en Montorio, con la transfiguración de Cristo; y Sebastiano por este tiempo hizo una tabla del mismo tamaño en competencia con la de Raffaello, dónde hay un Lázaro cuatriduano resucitando (#), que pintó con diligencia muy grande, dibujado en algunas partes por Miguel Ángel. Se colocaron estas tablas juntas en el palacio del consistorio, las dos de maravillosa maestría. Y aunque Raffaello en gracia y belleza ganaba en elogios, sin duda el trabajo de Sebastiano fue universalmente elogiado por los autores y grandes de espíritu. Una (copia) la envió al cardenal en Francia a Narbona, a su obispado, y otra a la cancillería de su palacio donde se expuso públicamente, antes de llevarla a San Pietro en Montorio cuya ornamentación la trabajó Giovan Barile. Por lo que Sebastiano entró al servicio del cardenal por esta obra, y en su papado mereció ser remunerado noblemente, como diremos.
Murió Raffaello de Urbino en estos días, por lo que el principado del arte de la pintura, pasó por el favor que Miguel Ángel le había hecho a Sebastiano. Mientras Giulio Romano, Giovan Francesco Fiorentino, Perin del Vaga, Polidoro, Maturino, Baldassarre Sanese y otros pues, permanecieron detrás, por el respeto que tenían a Miguel Ángel y por haber muerto uno de dos competidores. Agostino Chigi, que por trato con Raffaello le hacía su sepultura y capilla en Santa María de Popolo, contrató a Sebastiano, para que pintase la bóveda y otras cosas, (#, solo el cuadro "el nacimiento de la virgen" es suyo) en las cuales trabajó entonces, pero nunca más se ha visto, pues se tapó todo el trabajo que él hizo, aunque no se cansó mucho, recibió 1.200 escudos, por su trabajo artístico y a continuación envuelto en las conveniencias de los placeres, lo abandono.
Le hizo igual a Micer Filippo de Siena, clérigo de cámara, para el cual en la Patena de Roma, sobre el altar mayor le comenzó una historia al óleo sobre las paredes, (#) donde el puente llevaba nueve años y la obra sin terminar nunca, por lo que forzó a los monjes, ya desesperados de eso, a quitar el puente, que impedía el paso a la iglesia, y cubrieron esta obra con una tela, armándose de paciencia.
Estando las cosas de esta manera, volvió su buena suerte, que hizo al Cardenal Giulio de Médicis papa, llamado Clemente VII, que por medio del Obispo de Vasona, muy amigo de Sebastiano, le hizo entender que había venido el tiempo de hacerle bien. Por entonces hizo muchos retratos del natural, que en verdad son cosa divina y aunque no todos, contaré algunos. Retrató a Anton Francesco del Albizi, (#) que entonces se encontraba en Roma por algunos asuntos suyos, y lo hizo tal, que no parecía pintado, sino vivo, por lo que él, como una preciosa joya lo envió a Florencia a su casa. Las manos eran ciertamente maravillosas; los terciopelos, las fundas de raso, que ¡por Dios! se puede decir que esta pintura es extraordinaria. Bien es verdad que Sebastiano en hacer retratos de mucha calidad y hermosura, estuvo sobre cualquiera, como muy superior, toda Florencia se quedó extasiada con el nuevo retrato de Anton Francesco.
Retrató por este tiempo a Micer Pietro Aretino (#), de gran parecido, pintura magnífica, se puede ver la diferencia de cinco o seis suertes de negro que lleva: terciopelo, raso, ormesi, damasquino y crema, y una barba muy negra, que sobre estos negros, resalta. Tan similar a la carne que parece mostranos que vive. Tiene en una mano una rama de laurel y un papel, dentro que lleva escrito el nombre Clemente VII, y dos máscaras delante, una bonita, la virtud, y otra fea para los defectos; y ciertamente no se podría añadir ninguna cosa más a la obra. Retrató aún a Andrea Doria, (#) obra también hermosa, e hizo a continuación la cabeza de Baccio Valori (#) de la misma bondad y una cabeza del papa, (#) que se tuvo por divina; después junto con otras cosas, muchos retratos, muy bellos trabajados y terminados, ya que en el tribunal de Su Santidad servía con sumisión muy grande.
Se produjo que fray Mariano Fetti, monje del Piombo, murió, y Sebastiano por medio del Obispo de Vasona, maestro de la casa de Su Santidad, pidió al papa la oficina del Plomo, también lo hizo Giovanni de Udine, que tanto le había servido a su Santidad, y en minoribus, (de menor manera) no obstante aún le servía. Pero el papa, por ser rogado del obispo, y por los servicios de Sebastiano, le otorgó este oficio, pagando a Giovanni de Udine una jubilación de 300 escudos. Sebastiano tomó el hábito de monje, y rápidamente cambió su espíritu. Viendo que podía hacer su voluntad, descansaba sin tocar el pincel, reponiéndose con los dineros, de los malos dias y noches de cansancio. Y cuando no tenía que hacer nada, se implicaba en el trabajo con una pasión que parecía que le iba en ello la muerte.
Con mucho trabajo, entregó al Patriarca de Aquilea un Cristo que lleva la cruz, pintado en la piedra de medio cuerpo, (# Prado , # Ermitage , # Budapest, esta última sobre una piedra de pizarra) que fue muy elogiada, ya que Sebastiano las manos y las cabezas, las hacía maravillosamente.
Por este tiempo llegó a Roma la sobrina del papa, que era Reina de Francia; (Catalina se casó en 1533 con Enrique II) por lo que Sebastiano le comenzó un retrato, que no acabó, que está guardado en el guardarropa del papa. Por entonces Hipólito cardenal de Médicis enamorado de la dama Giulia de Gonzaga, que se encontraba en Fondi, deseoso de tener un retrato nuevo, envió a fray Sebastiano a Fondi para esto, que se acompañó de cuatro caballos ligeros. Y al término de un mes lo acabó,(#) siendo que la belleza de aquella señora era celestial, resultó una pintura divina, esta obra alcanzó Roma, y el trabajo de fray Sebastiano fue reconocido por el reverendísimo cardenal, que tenía en esto juicio muy grande. Este retrato es el más divino de los que hizo, por el motivo y el trabajo suyo.
Había comenzado un nuevo método de colorear en piedra, la novedad agradaba mucho al pueblo, considerando que tales pinturas se volvían eternas, cosa dicha de fray Sebastiano, y que ni el fuego ni las polillas podían con ello. Realizando infinitas cosas en estas piedras, las cuales hacía con ornamentos de otras piedras con vetas, las cuales tras lustrarlas lucían de maravilla, pero, una vez terminadas, no se podían mover las pinturas por el peso. Y con esto muchos príncipes, atraídos de la novedad de la cosa y la hermosura del arte, le daban arras de dineros, para que hiciese obras para ellos, él más se divertía en razonarlas que de hacerlas. Hizo una Piedad con Cristo muerto y la virgen (#) en una piedra para Ferrante Gonzaga, el cual la envió a España con ornamento de piedra, que se tuvo por cosa muy bella, y por la cual recibió quinientos escudos, que Micer Nino de Cortona agente del Cardenal de Mantua en Roma le pagó.
Era el tiempo de Clemente en Florencia, Miguel Ángel, que terminaba la obra de la sacristía, y porque Giuliano Bugiardini quería hacer un cuadro a Baccio Valori, donde estuvieran retratados el papa Clemente él mismo y otras cosas, y como el espléndido Ottaviano de Médicis le había encargado hacer, al papa y el Arzobispo de Capova, Miguel Ángel Buonarroti pidió a fray Sebastiano que de su mano le enviara de Roma, pintada al óleo, la cabeza del papa, el cual lo hizo (#), y está considerada muy bonita. Terminadas las obras de Giuliano, Miguel Ángel, que tenía amistad con Micer Ottaviano, le hicieron un presente. Y de todas las que hizo fray Sebastiano, que muchas fueron, esta es la más similar en belleza y semejanza. Hoy está en su casa en Florencia entre otras hermosas pinturas.
Retrató al Papa Pablo, Su Santidad en sus comienzos, y el Duque de castro su hijo, (nieto) que no acabó (#); y muchas cosas que había comenzado, de las cuales no se ocupaba, les daba unas pinceladas, y como afectado e indiferentemente, decía: "no puedo pintar".
Tenía fray Sebastiano cerca de Popolo una casa preciosa, y con enorme placer vivía, no ocupándose de pintar ni trabajar. Decía que era un enorme esfuerzo refrenar en la vejez el furor de los deseos, los cuales en la juventud a los artistas les son de utilidad, por honor y por competición, y que era prudente pretender vivir tranquilo, y vivo, en vez de vivir impaciente, por querer dejar renombre después de muerto, pudiendo mientras tanto en esos trabajos, morir del todo. Y por esta causa, él buscaba los mejores vinos, y las más preciosas cosas que encontraba, los quería siempre para si mismo, teniendo mucho más en cuenta la vida que el arte.
Continuamente invitaba a cenar a Molza y Micer Gandolfo, con quienes hacía buenas migas. Era amigo de todos los poetas, y particularmente de Micer Francesco Berni, que le escribió un capítulo muy bonito, y él le respondió. (Es una versión burlesca de Orlando Enamorado. El parecer de los entendidos es que la réplica es del mismo Miguel Ángel)
Era criticado de algunos artistas, que le decían que no tenía vergüenza, pues vivía, sin trabajar y haciendo solo algo de pintura. Y los respondía: "Ahora que tengo mi manera de vivir, yo no voy a hacer nada, porque han llegado talentos que hacen en dos meses lo que yo tardaba en hacer dos años, y que, si vivía mucho, no tardaría demasiado en quedar todo pintado. Y que si hay gente que hacen mucho, es mejor aún que haya quien no hace nada, para que estos hermanos tuvieran más que hacer ". Y añadiendo decía aún, que "había llegado un siglo en que los aprendices sabían más que los artistas y, así que quien tenía que vivir, mejor hacerlo alegremente porque no se podía hacer nada más".
Era muy agradable y alegre, ninguno mejor para compañero. Era fray Sebastiano muy fiel de Miguel Ángel; y en este tiempo, que se tenía que hacer la pared de la capilla del papa, donde hoy Miguel Ángel tiene pintado el juicio. Tenía fray Sebastiano convencido al papa para que lo hiciese Miguel Ángel al óleo, y no quería hacerlo si no al fresco; al no decir ni si, ni no, hizo preparar la pared fray Sebastiano a su manera. Sin embargo Miguel Ángel dejó pasar los meses sin comenzarla; y un día dice que no quería hacerla si no al fresco, que pintar al óleo era arte de mujer. Por lo tanto les forzó a echar a tierra toda la incrustación que habían hecho y enyesarla, para poder trabajarla al fresco. Miguel Ángel comenzó rápidamente la obra, y le mantuvo su odio a fray Sebastiano hasta su muerte.
Estaba fray Sebastiano en lo mínimo, que ni trabajar ni hacer nada quería, excepto el ejercicio de monje y tranquilo a la buena vida; y a la edad de 62 años, cayó enfermo con mucha fiebre muy grave, la cual por ser él de naturaleza rubicunda y sanguíneo, le encendió tanto los espíritus, que en pocos días entregó el alma a Dios. Y antes de morir hizo testamento, dejando: que se llevara al sepulcro sin ceremonias de sacerdotes o monjes ni gastos en velas, y que todo el gasto que quisieren hacer fuera distribuido a las personas pobres por el amor de Dios; y esto fue realizado. Llevaron el cuerpo suyo a la iglesia *** de allí *** de junio el año 1547. No fue una pérdida para el arte su muerte, porque rápidamente, a la que fue investido monje de los Plomos, ya pudo contarse entre los perdidos.
Verdad es que por su conversación fue echado de menos por muchos amigos y a algunos artistas, en particular el miniaturista Giulio Corvatto, que ilustró a el reverendísimo Farnese, tan excelentes obras miniadas, las cuales pueden ponerse entre los milagros que están hoy en el mundo en esta profesión, como en realidad da fe un obra que hizo de historias, que son divinas de color y de dibujo perfecto, de sus cultas manos conducida y trabajadas. Las cuales, si se colocan delante de los Romanos antiguos, confesarían que les superan en la finura y la belleza de éstas. Para que, si la gracia de Dios le concede la vida que se espera, hará impulsando dignas cosas de maravilla de este siglo.